Recuerdos gratos
Por: Luis Alfonso Albarracin
Encontré en las redes sociales un escrito super interesante publicado en el muro del Facebook de la distinguida docente universitaria, Maryory González de Triana, sobre un relato personal de su niñez, que me hizo reflexionar sobre los momentos vividos durante mi vida escolar. Tuve la fortuna de criarme con mis tres hermanos Mariana, Alba luz y Armando en un hogar humilde donde mis padres Alfonso de profesión albañil y Aura cuya competencia laboral, la desarrolló exitosamente alrededor del diseño y elaboración de vestidos en el barrio Santa Teresa, hoy denominado Jorge Eliecer Gaitán de la ciudad de Neiva. Ambos se encuentran gozando de la eterna presencia de nuestro Señor Jesucristo.
Con una sana disciplina y con un sagrado respeto por nuestros padres, tuvimos la oportunidad de estudiar en colegios oficiales, los cuales nos brindaron una formación integral para nuestras vidas. Diariamente me tocaba recorrer a pie aproximadamente tres kilómetros para llegar al Instituto Tècnico Superior de Neiva, donde culminé exitosamente mi bachillerato industrial en la modalidad de electricidad. Adquirí las bases académicas para continuar con muchas limitaciones mi carrera profesional de Economía en la Universidad Nacional de Colombia de Bogotá.
Pero deseo, hacer una retrospectiva de mi edad escolar, parodiando lo vivido por mi colega Maryory. Éramos humildes, no había subsidio familiar, no había transporte escolar para nosotros, ni restaurante Escolar, no había Google, ni Wikipedia, había enciclopedias y libros en la biblioteca del colegio. No tuvimos la oportunidad de tener libros en nuestro hogar. Los mapas se calcaban a mano, contra la mesa. Habían dictados, márgenes en los cuadernos para corregir las faltas y hacíamos planas.
Bonitas épocas vividas. Al almuerzo no le faltaba el hueso a la sopa. La frase: «terminé mamá” era para salir a la calle y no de la computadora. Los niños vecinos tenían juguetes y no tenían teléfono celular, ni Tablets. Coleccionábamos figuritas que nos regalaban los compañeritos. O papel de carta. Golpeaba figuritas (láminas) y respetábamos a nuestros compañeros y profesores. Jugábamos a la policía y al ladrón (a las escondidas y al soldado libertador). Cuando no había luz porque eso si cada nada se iba la energía en Neiva, porque no contábamos con Betania, ni el Quimbo, nos tocaba acostarnos a dormir. Jamás trasnochábamos. También nos reuníamos con los niños vecinos de la cuadra, con los cuales jugábamos a las bolitas, al yermis, al escondite, fútbol, a la lleva, a la grulla, a la rueda, al trompo, trepábamos a los árboles de mango y mamoncillos para comerlos con sal y a veces nos prestaban los juguetes para jugar, porque no lo teníamos en nuestra casa.
.
Los fines de semana, nos acercábamos al vecino donde tenían un televisor a blanco y negro y nos dejaban ver una película del Zorro, o de otros programas, como los Picapiedra, cuentos de los hermanos Grimm, Popeye y Olivia, Batman, Tarzán de los monos, los super campeones, capitán centella, los caballeros del zodiaco, okidoki y dragón ballz, entre otros.
Bellos recuerdos. La única adicción era jugar en cualquier momento con amigos y a veces hacíamos travesuras como tocar timbre, reírnos y salir corriendo. Cumplíamos estrictamente con nuestros compromisos académicos. No importaba si mi amigo era negro, blanco, marrón, pobre o rico. No hubo intimidación. Todos tenían un apodo o varios apodos y ninguno era traumático. No me acuerdo cómo me llamaban mis compañeros. Vivimos esos tiempos, pobres en bienes materiales, pero multimillonarios en felicidad y alegría. Comparados con los que están viviendo las nuevas generaciones, para mi fueron los mejores momentos que he vivido en mi vida. Claro está que gracias a la migración social que hemos tenido junto con mi familia, actualmente también vivimos momentos felices, desde otra perspectiva de la vida. Gracias, profesora Maryory por compartir sus experiencias, que me hicieron revivir mi época de la niñez.