El sistema de transporte público en el país es uno de los sectores que más afectación ha presentado durante los últimos doce meses, provocado por la pandemia del Covid. El confinamiento de más de cinco meses y las medidas restrictivas implementadas por el Gobierno Nacional obligó a los vehículos a utilizar solamente el 50% de su capacidad transportadora, generando la más profunda crisis financiera a todos sus propietarios y, por ende, al funcionamiento de los terminales de transporte. Además, la disminución en la demanda por el temor de los contagios contribuyó a colapsar a este importante renglón de la economía.
El hecho, sin precedentes, tomó por sorpresa a quienes de una u otra forma derivan su sustento del transporte terrestre en el país, al tiempo que no tenían ningún tipo de alternativa diferente para laborar y menos para generar recursos para ellos y sus familias. La medida de confinamiento llevó al cierre total de las terminales de transporte y a conductores, taquilleros, celadores, viajeros y en fin a todas las personas que día de la semana se benefician directa o indirectamente de la cadena del transporte, a encerrarse en sus viviendas.
Con la llegada de las vacaciones de Semana Santa, se espera una resurrección económica para este sector de la economía nacional. Se trata de una extraordinaria oportunidad para recuperarlo. Todos sabemos que ha demostrado sus bondades y eficacia, pero al que la realidad le devela un panorama complejo. La pandemia terminó dándoles una estocada profunda, que ha puesto en serios aprietos su supervivencia.
Las pérdidas que han presentado son multimillonarios, que tienen a los propietarios de los vehículos automotores al borde la quiebra generalizada. El Gobierno Nacional, debe incluirlos dentro de los planes de salvamento que les ha brindado a otros sectores económicos, para lograr su recuperación.
Lo importante, insistimos, es dar el debate de fondo, mirar los números, prever escenarios, minimizar consecuencias, hacer estudios serios que comparen su capacidad, costo de inversión y operación por pasajero, sin dar cabida a fórmulas ligeras y populistas. No se trata de cambiar el modelo, y menos de dejarlo a la deriva. Tampoco, de evitar que surjan nuevas alternativas. Se trata de salvar un sistema que ha demostrado sus bondades y eficacia, pero al que la realidad le devela un panorama complejo.
Lo anterior es producto no solo del papel del sector en dinamizar la economía, sino también del encadenamiento que genera con otras industrias como los hoteles y el turismo. No se trata, en modo alguno, de ser fatalistas o de atravesarse a la anhelada reactivación del país, sino de ser conscientes de que Colombia ha sufrido mucho con la pandemia. Aún no es tarde.