La corrupción pareciera ser el centro del debate político en Colombia. Solo basta con tener una conversación con cualquier ciudadano para que la frase “hay que acabar con la corrupción” aparezca. Los candidatos por supuesto, han incluido la lucha contra este flagelo en sus discursos, incluso pareciera ser la única propuesta de algunos. Sin duda es un problema, también es grave, y por supuesto hay que buscar solucionarlo, sin embargo, no es exclusivo de los políticos, está ligada estrechamente al poder, y acabarla o reducirla no soluciona todos los problemas de Colombia.
Más que un problema político, la corrupción es un problema cultural y en consecuencia social. Nuestra sociedad ha crecido con un credo de la cultura del avispado. A los niños desde pequeños les enseñamos a romper las reglas, a “no dejarse”, a que es mejor “atajar locos que empujar bobos”. Desde pequeños vemos como aplaudimos el ser “avispado”: desde usar las influencias para saltarse un proceso, buscar un atajo para no tener que hacer fila, inventarse alguna excusa para ser atendido primero, hasta colarse en el sistema de transporte público, sobornar un policía, volarse un semáforo (porque nadie está viendo), o pedir que no le cobren el IVA si paga en efectivo. Todas estas conductas en nuestra sociedad son aplaudidas y quien más y mejor las hace goza de reconocimiento. Somos entonces una sociedad que premia la corrupción. La corrupción en el manejo de lo público entonces no es otra cosa que el reflejo de lo que somos como sociedad.
Pareciera entonces solo indignarnos cuando la corrupción aparece en la política. Vale la pena entender porque crece como espuma en lo público. La corrupción está ligada al poder: “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente” decía Lord Acton. El Estado colombiano es muy poderoso y desde la Constitución del 91, lo es más. Ese poder lo da entre otras cosas su excesivo tamaño, tiene tal capacidad de meterse en la vida de los individuos y maneja tal cantidad de dinero que termina corrompiéndose absolutamente en términos de Acton.
A esto hay que sumarle que nadie lo controla, tenemos unos entes de “control” que son fortines políticos, más corruptos que el Estado mismo. Para disminuir la corrupción entonces, necesitamos quitarle competencias al Estado, hacerlo más pequeño y establecer un verdadero control, no por parte de entidades ineficientes, sino por parte de la ciudadanía a través de transparencia y uso de la tecnología.
Por último, acabar la corrupción es necesario (o al menos disminuirla) pero no soluciona todos los problemas de Colombia. La cifra de los $50 billones de pesos que se pierden en corrupción cada año parece no ser cierta, pues no tiene evidencia que la sustente, entre otras cosas porque es prácticamente imposible medirla. Para términos de este artículo supongamos que la cifra es cierta, recuperar ese monto le da al Estado más recursos, pero no soluciona los problemas tributarios, laborales, pensionales, de educación, salud y seguridad que tiene hoy Colombia. Es por esto por lo que no podemos creer en candidatos populistas que reducen todo su plan de gobierno a acabar con la corrupción. Tenemos otros problemas estructurales que debemos solucionar si queremos un mejor país.