AMADEO GONZALEZ TRIVIÑO
Siempre hemos pregonado que nuestra Constitución Política ha institucionalizado algunos principios de democracia que no pasan de ser simple letra muerta, por aspectos que tienen que ver, con la forma y el estilo con el cual se ejerce el poder y se desconocen los derechos de las mayorías o se desconocen los principios y los más elementales conceptos de respeto al otro y de respeto entre nosotros mismos.
Si bien es cierto, se respetaran los elementos mínimos de la democracia, tendríamos un régimen donde se respetara y se acatara los lineamientos propios de un primer mandatario y de todos y cada uno de los gobernantes de cada una de las regiones y se trabajara en equipo por una construcción social uniforme, donde se luchara contra las desigualdades sociales y por el respeto mínimo de los derechos elementales de los ciudadanos, garantizando la salud, la educación, el derecho al trabajo, la convivencia pacífica y demás garantías constitucionales vigentes, y más allá, aquellas que hacen parte del grueso de las premisas supralegales que se han adoptado de la legislación internacional por pactos o acuerdos que constituyen ….
Es triste ver como desde las redes sociales, se manosea al ciudadano del común, se le convoca a procurar la muerte o las formas de entorpecer las labores de nuestro primer mandatario y se utiliza para menoscabar la dignidad y la honorabilidad ciudadana, cosas que no hacen y no alcanzan a consagrarse como elementos fácticos ciertos e indiscutibles por procesos judiciales, cuando se denuncia a diario, la corrupción y las formas de desestabilización de la sociedad y de sus instituciones, con lo cual, se pregona que vivimos en un Estado del Derecho a la Impunidad, al crimen y al delito.
Y para no quedarnos cortos en este tránsito hacia la consolidación de la mediocridad de la democracia que vivimos, que nos enfrentamos a la presencia de Senadores, representantes a las Cámaras, Diputados y Concejales, que no tienen el pudor y la suficiente capacidad para entender que no es mediante la alharaca, ni mediante los gritos, sino mediante la mesura de sus discursos, como se puede construir patria, como se puede contribuir a controvertir los proyectos de leyes, ordenanzas o acuerdos en cada una de sus instituciones y que no es generando el caos y el desorden entre las corporaciones, como se ejerce un mandato o un poder que se les ha delegado.
Es menester que los políticos de verdad, que los entes de control, que los ciudadanos que queremos vivir en democracia, exijamos y demandemos reformas de tal índole, que puedan poner en la cintura y que las artimañas que se utilizan para dañar el quorum, para vociferar y atravesarse con actuaciones temerarias, tengan realmente un cedazo mediante el cual, podamos ir decantando poco a poco la práctica política por todos conocida y que merece nuestro rechazo y llama nuestra atención. El esperpento del ejercicio del poder, no puede ser un símil de una cantina pública o de un mercado persa, donde se pretende buscar intereses mezquinos y se concita a los odios y rencores, como forma del ejercicio del poder democrático que les ha legado una forma de participación en el diario vivir.
El país vive en los actuales momentos, es un decir, ha vivido durante los últimos cincuenta años, esa misma réplica del poder político y donde los partidos tradicionales se fueron diseminando de tal forma, que en lugar de concentrar el poder, de unificar fuerzas y de centralizar objetivos de contenido social, se ha diversificado de tal manera, que en pequeños grupúsculos de más de treinta y cinco partidos hoy en día, se acomodan al ejercicio, no de un poder, sino de una maquinaria que se fortalece o se debilita en la medida en la que puede negociar o enterrar con su apoyo o sin su apoyo, aquellas iniciativas de contenido social, que buscan rescatar a las comunidades de la violencia institucional que hemos vivido en otro tanto tiempo de vida y de experiencia republicana.
Dirán algunos que nuestros gobernantes hacen parte de la justa aspiración de ciudadanos que han sido colocados allí por obra y gracia de sus méritos, pero que triste saber que, en esa apreciación y calificación de sus dichos, todo no sea más que un simple remedo de democracia, donde según la representatividad económica, se disputan las papeletas de representación y mediante la compraventa del sufragio universal en nuestro país, se hace patria.
Tristemente vivimos el gobierno del desgobierno, por y como consecuencia de la ausencia de una cultura democrática y de una participación verdaderamente democrática de quienes han sido investidos por el pueblo para participar como sus voceros en los órganos de representación popular.