Por: Fernando Bermúdez Ardila
En nuestra querida y adolorida patria se habla mucho de los respetos, de la libertad de prensa, los derechos humanos, libre desarrollo de la personalidad, derecho a la protesta, y obviamente todos estos son derechos del individuo y de la sociedad en un estado social democráticamente elegido.
Pero hasta donde llegan los derechos de unos, y comienzan los derechos de los demás.
Hasta donde llega nuestro derecho, sin que esto signifique que por reclamar los míos o los de un grupo deba atropellar, mancillar e irrespetar los derechos a los que tienen derechos la otra parte de la sociedad.
Hasta donde llega la libertad de prensa, que impida que se calumnie e injurie a quien no está de acuerdo con el pensamiento del periodista.
En dónde quedan nuestros derechos humanos, esos que exigimos a voz en cuello, pero lo hacemos de forma violenta sin importarnos los derechos humanos de los demás.
En donde queda el libre desarrollo de la personalidad, si cuando lo hacemos, quienes no nos aceptan o no están de acuerdo con lo que somos, lo convertimos abierta y públicamente en una persona no grata.
En donde queda nuestro derecho a la protesta pacífica, esa que exigimos como un derecho universal en el mundo libre, pero mientras lo hacemos atropellamos, no respetamos la ley y la autoridad, violamos todos y cada uno de los derechos de la sociedad en su integridad, impedimos el libre derecho de la movilidad, incendiamos lugares públicos y privados, saqueamos bancos, negocios, destrozamos el patrimonio cultural, el vandalismo se enseñorea en las calles de las ciudades y plazas públicas. Se le impide a la autoridad y a las fuerzas del gobierno que nos representa como el estado qué somos todos, que ejerzan el derecho de reprimir las mal llamadas “marchas pacíficas”, qué dejan sembrado el caos y la desazón; las huellas violentas de saqueos y destrucción, las que tendremos nosotros los ciudadanos que volver a reconstruir con nuestros recursos.
Qué quede claro, que la marcha había sido convocada, con anterioridad a la radicación del esperpento de reforma tributaria, al que también considero como el agravio más grotesco, vulgar e indolente para todos los colombianos.
Sea este el momento indicado para que hagamos un alto en el camino y pensemos, éste es el ejemplo que queremos dar a nuestros hijos y nietos, éste es el país violento en el que queremos continuar viviendo; el que le heredaremos a las futuras generaciones. Colombia de verdad quiere elegir personas en una alta dignidad, qué desean convertirlo en un campo de batalla, con más violencia de la que ya hemos vivido y aún padecemos, y todos los derechos sean entregados única y exclusivamente a los vándalos.