Por: GERARDO ALDANA GARCÍA
Ayer domingo de resurrección, el pueblo cristiano del mundo ha celebrado la resurrección de Jesús de Nazaret, llegado a la grandeza como: Jesús El Cristo. Evidentemente que este colosal personaje de la historia universal, jamás se ha ido de la mente de un colectivo social cristiano que ronda la cifra de dos mil trescientos millones de seguidores; en todo caso, el rito extraordinario fincado en la doctrina de El Salvador del Mundo, llamado la resurrección, hace que cada año se celebre una especie de nuevo advenimiento del redentor, siempre con el predicado de prelados católicos o protestantes, o de muchas vertientes del cristianismo, que cantan la máxima de Cristo: El Amor, como el tesoro de la luz, único instrumento para garantizar la armonía y la convivencia entre los seres humamos.
Junto con Jesús El Cristo, resucitan en algunos lugares, personajes que han tenido una figuración importante en los contextos sociales. Por ello me resulta muy ameno y constructivo, incursionar en el mundo de resurrectos, siendo la política colombiana un escenario para ello; y entonces me encuentro con el presidente de los colombianos, que resucita de entre el panteón de su bajísima popularidad y que, por cuenta de las medidas de los últimos días asociadas al manejo del conflicto contra disidencias de las Farc al mando de Néstor Gregorio Vera Fernández, alias Iván Mordisco, se muestra renovado; como interesado en reencontrarse con el ciudadano. La decisión del primer mandatario de ordenar a las fuerzas militares impulsar acciones concretas contra diversos frentes en los que este colectivo en armas tiene en el territorio nacional, propendiendo que su acometida de extorsión y muerte sufran una merma en procura de conjurar el miedo al que tiene sometidos a miles de colombianos en diversos departamentos. Esta determinación de Petro hace que resucite en medio del escepticismo de la mayoría de los colombianos que viven la frustración de un gobierno que no encuentra la forma de ir tras el norte de la normalidad y reactivación del desarrollo económico del país.
Y en medio de esta resurrección es justo destacar la preeminencia de un rasgo, hasta ahora felizmente inmortal de la democracia colombiana, y es justamente aquel del respeto por la dignidad del Presidente, a quién, sin importar sus determinaciones, desvaríos, conflictos políticos o baja popularidad, siempre se le garantiza, como un inamovible, por lo que él es, por lo que encarna; es decir, el símbolo de la solidez de la democracia de una Colombia que dista mucho de llegar a extremos de golpes de Estado o atentar contra la vida del máximo mandatario. En este sentido, la democracia colombiana no resucitará, dado que no muere, es perenne, lo que hace grande a la Nación.
Otro que resucita por estos días es un hombre que, como muchos otros vive latente en la memoria de los seres humanos, especialmente de aquellos amantes de la literatura; él es Gabriel García Márquez, quien con su obra póstuma: EN AGOSTO NOS VEMOS, vuelve a conquistar la retina de ávidos lectores quienes rápidamente devoran con exaltada pasión, la narrativa del novel colombiano. Se trata de una novela corta de setenta páginas, de palpitante emotividad por el exacerbante perfume de la infidelidad femenina, al tiempo que deja ver de forma fluida el inalienable derecho de la mujer a sentir y vivir sus más íntimos sentimientos, aunque por experimentarlos se vea embargada de momentos de culpa. Resucita este fénix de la literatura universal; no obstante, y para fortuna de Colombia y el mundo, García Márquez tiene matices de eternidad literaria.
Otro resurrecto es José Eustasio Rivera; si, al ser el año dos mil veinticuatro el escenario en el que se cumplen los primeros cien años de haberse publicado la primera versión de La Vorágine, el escritor huilense resucita, esta vez en el mundo del lector joven habitante de una generación que, abrumada por la superficialidad y simplicidad de las redes sociales, encuentra en esta excepcional novela, pistas para encontrar el contraste entre el abuso de los derechos humanos de hace más de un siglo perpetrado en la selva amazónica, versus los atropellos que perviven en el mundo rural del siglo XXI.
Bien por los cuatro resucitados; y claro, el mayor de ellos, Jesús Cristo, aún expectante, otea desde el interior de cada hombre, de cada mujer, las acciones que materialicen su predicado de amor y armonía entre los hombres.