Por: José Eliseo Baicué Peña
Resulta contradictorio que en medio de tanta tecnología los seres humanos se comuniquen menos. Se habla menos, se conversa muy poco. Se podría decir que casi no hay intercambio de palabras. Todo se deja que fluya a través de lo digital.
Quizás por eso muchos de nuestros jóvenes están viviendo hoy una crisis existencial que se debate entre la ansiedad, la depresión y los intentos de suicidio. Nacieron en la era digital y electrónica, y han convivido con ella en su hogar, en la calle, con sus amigos y en la escuela. Actúan casi robotizados, y automáticamente han ido dejando a un lado el conversar con sus congéneres. Se observa que los jóvenes no son felices con nada. Y, lo tienen todo.
Varios estudios han revelado que las personas con mayores niveles de felicidad pasan menos tiempo solos y más tiempo conversando. Lo novedoso es que hubo una correlación positiva, significativa e importante entre la felicidad y el tiempo dedicado a conversaciones profundas.
El maestro y estudioso Julián Zubiría, en reiteradas ocasiones se ha referido a temas como la felicidad, la delincuencia juvenil, la autoridad y la disciplina, asegurando categóricamente que los padres son los responsables por todas las conductas de sus hijos, y por supuesto, por todos sus actos.
Ha dicho, que el camino para solucionar este problema es que los padres debemos “enseñar a ser feliz” a nuestros hijos. Comparto la premisa, pero creo que es preciso ir más allá. Es necesario, primero, enseñar a ser padres. ¿A quién en la escuela, colegio o universidad le enseñaron a ser papá o mamá? Eso no existe en ningún currículo ni se incluye en ningún modelo pedagógico. Y, para ello, es preciso mantener una comunicación fluida y continua con los hijos.
Pero para llevar todo esto a la realidad, se necesita partir de la base de una buena relación, de un buen diálogo, de buena confianza, de una buena conversación. Es preciso conversar más con nuestros hijos, rebasar los límites de lo académico, charlar sobre sus gustos musicales, sus mejores amigos, sus actores preferidos, y hasta los temas sexuales y económicos.
Ellos deben darse cuenta de que además de lo buenos estudiantes que puedan ser, nos interesa también como personas, como miembros de la familia, y que, por lo tanto, su opinión también cuenta.
Aprovechemos cada oportunidad para dialogar con las personas, con los seres queridos, con los compañeros de trabajo y estudio. Conversar produce sensaciones agradables que contribuyen a un estar bien.