Diario del Huila

Sea ella maldita, condenada y muerta

Sep 5, 2022

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Por: Gerardo Aldana García

Si, que desde el alma de cada colombiano nazca y refulja la convicción de maldecirla, condenarla y darle muerte; nada diferente merece la invasora que poco a poco se filtra en las mentes de humanos débiles, adquiere matices de patriotismo, amor propio o racismo, y se hace con una anatomía propia, con la facultad de impulsar ideas y acciones en el individuo que ahora, desprovisto de límite alguno, principio moral ninguno y sin el menor asomo de consideración por la vida, arrasa con la de su congénere, su hermano. Todos debemos enjuiciar, sentenciar y dar muerte a la maldita barbarie. En Colombia ésta es la eterna actriz que durante décadas sigue incólume, cambia su traje y en renovados gobiernos se niega a abdicar su papel sobre las tablas del territorio nacional. El anhelo de paz la controvierte; es su constante rival y también recurre a nuevos nombres, seguramente como estrategia para un país soñado.

De acuerdo con trabajos publicados por la Universidad de Los Andes y Paso Colombia, un programa de One Earth Future, hasta el año 2017, nuestro país presentaba un total de 1.900 iniciativas de paz a nivel nacional y regional; de hecho, hay slogans muy recordados como: La Paloma de la Paz, Un Mandato por la Paz, la Asamblea por la Paz, Redepaz, Paz Colombia.  Las iniciativas de paz surgen como reacción a la intensificación del conflicto armado, y cuando se duda de la capacidad institucional del Estado para responder a los impactos del conflicto. Igualmente surgen en coyunturas históricas específicas cuando el Estado pone el tema de la paz en la agenda pública, por ejemplo, en contextos de negociaciones de paz, procesos de discusión y promulgación de leyes de reconocimiento y reparación a víctimas, etc. En tales coyunturas, las iniciativas de paz reaccionan y se organizan ante nuevas estructuras de oportunidad. El caso es que nada de lo hecho hasta ahora parece ser efectivo. Hay pausas en las que la barbarie dormita y luego, cual Fenix, solo que aquí nunca ha sido incinerada, resurge con remozado vigor.

Duele mucho la muerte de nuestros hermanos policías. Ellos, cuyo verde del uniforme no los hace disimiles en nuestra idiosincrasia, identidad y fraternidad colombiana. Duele sentir que una vida que apenas asoma su primera inflorescencia, es cegada sin clemencia, con exacerbada brutalidad, maldiciendo la vida. Ocho seres humanos que, cantando el deber de su oficio, han terminado fundidos con el polvo de un carreteable hecho para el tránsito de la vida. El estertor de metrallas encendidas que no dio opción ni siquiera a una súplica de auxilio o piedad, debe ser motivo de reflexión autentica en cada hombre, en cada mujer, para orientar los actos hacia la tolerancia y a retomar la dimensión del respeto por la vida humana.  No podemos seguir en este espiral involutivo en donde ya ni siquiera la muerte nos conmueve. Al diablo con las ideologías que propugnan la violencia como camino a la solución de las crisis económicas y sociales del país. Basta de sectarismos estúpidos de tipo partidista. Por supuesto que Colombia no es el país perfecto, somos una nación enferma de una enorme serie de problemas; pero no podemos validar la muerte como el camino. Si algo debe morir aquí es la barbarie. Demos muerte al ego de la violencia y asistamos al nacimiento de la auténtica hermandad, capaz de habitar en un espacio común, no obstante, nuestras diferencias. Que tontos son quienes en lugar de disfrutar y respetar el arco iris de la Colombia exuberante y multicultural que tenemos, optan por la muerte como motivo de existir. Es hora de volver a honrar la vida.  

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