Por: GERARDO ALDANA GARCÍA
Lorenzo de Médicis muere el 8 de abril de 1942 en Florencia – Italia, a la edad de 43 años. Llamado El Magnífico, descolló en disciplinas como la de banquero, filósofo, diplomático, gobernante de facto de la llamada República de Florencia, al igual que en la poesía. Evidentemente que uno de los escenarios en los que mayor dinero invirtió fue en el que sería la causa de hacer de su ciudad y de Italia, la cuna del renacimiento: El mecenazgo cultural. Los patios exteriores de su castillo estaban llenos de espacios de aprendizaje para los artistas; era estudios llenos de luz y amplitud en donde pintores y escultores se entregaban por completo a la búsqueda de su propia musa en procura de generar las pinturas y esculturas que la humanidad recordaría y recuerda ya por más de seis siglos. Lorenzo no solo era profundamente sensible al arte, sino que tenía un ojo clínico a la hora descubrir un talento. No en vano, su castillo escuela albergó a quienes fueron prominentes figuras, entonces desde su etapa de exploración hasta erigirse como los artistas cuyas obras serían demandadas por el clero papal, la realeza y burguesía de Italia y Europa. Nos referimos a hombres como: Sandro Botticelli, Miguel Angel y Leonardo Davinchi, tan célebres por obras como: El Nacimiento de Venus, El David de Miguel Angel y La Gioconda, respectivamente, entre muchas otras.
Cuando Lorenzo de Médicis era cuestionado por líderes clérigos y algunos gobernantes con quienes administraba el tesoro público de su ciudad, en cuanto a su proceder esmerado de financiar el arte, éste solía decir que, ya verán que Florencia será la cuna desde la cual emergerán los grandes embajadores del arte ante el mundo. Este hombre que era al tiempo un gran estadista tenía la visión necesaria de desarrollo de su pueblo para que Florencia fuese respetada en un mundo tan amplio como su propia lectura sobre el futuro económico desde la influencia del arte. El renacimiento italiano es la cuna de este movimiento a nivel de toda la Europa de los finales del siglo XV y hasta el siglo XVI.
El relato lo hago para llegar al Huila, un territorio en donde se han cosechado de forma natural, sin mayores apoyos públicos y solo algunos tímidos del orden privado, naciendo figuras en el arte pictórico, escultórico y la literatura, cuyos nombres he mencionado en otras de mis columnas. El artista huilense se hace con sus propios y tímidos recursos, con algunas contadas excepciones de creadores nacidos de familias con economías sólidas. Y es que Huila tiene hombres y mujeres verdaderamente acaudalados, pero a ninguno se le ha dado por invertir de forma contundente en el mecenazgo artístico. La verdad es que para ello hace falta sensibilidad y visión, creer en que la cultura y el arte son pilares fundamentales del bienestar, el crecimiento y el desarrollo socio económico de una comunidad. La vida nacional de los colombianos debería estar llena de obras de artistas huilenses, expuestas con todo esmero y cuidadas con sinigual celo.
Y los esfuerzos de lo público para los artistas, son tan pálidos que apenas alcanzan para la base del bastidor que ansía la exuberancia multicolor de óleos dormidos en góndolas de tiendas como Panamericana y el mercado bogotano de insumos para el arte. La legislación colombiana en materia tributaria prevé estímulos a los declarantes que, al invertir en el arte y la cultura, pueden descontar montos importantes de su declaración de renta; es decir, en este caso ni siquiera sería un regalo para el arte. Pero el llamado sigue siendo a los grandes empresarios, comerciantes, hacendados, etc, para que se vinculen de forma notable en esta noble y edificante tarea de impulsar el arte huilense.