Diario del Huila

Sin partitura

Ago 12, 2022

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POR: Ana Cristina Restrepo Jiménez

“El maestro [Carlos Vieco Ortiz] llegó del Centro y se puso a sintonizar un radio de tres bandas, de esos en los que se pescan las frecuencias más remotas. Entre el ronquido hertziano alcanzó a oír las notas de Hacia el calvario, transmitidas por Radio Moscú. La música había cruzado la Cortina de Hierro, y en ese momento él la estaba oyendo allí, en su casa de Pichincha, en el barrio El Salvador. No les dijo nada a sus hijos, apagó el radio, abrió el piano y siguió pulsando las teclas hasta el mediodía, en el almuerzo, cuando le comentó a Raquel, su esposa, que los rusos estaban poniendo esa canción” (Fernando Mora, Universo Centro, mayo de 2013).

Al final del primer discurso en la posesión de Gustavo Petro, el presidente del Senado, Roy Barreras, anunció un receso “porque viene para acá la espada de Bolívar”. (La exhibición de un objeto histórico, que pudo ser complemento de la ceremonia, se convirtió en el gran símbolo por cuenta de la descortesía del presidente saliente).

Entonces, la hija de Valerio Gómez y María Teresa Arteaga, porteros del Instituto de Bellas Artes a mediados del siglo pasado, se dispuso a hacer lo que ha hecho desde que era “más” niña.

Mientras cuatro militares cargaban una espada desenvainada (lista para continuar la lucha, “hasta que haya justicia”), una mujer, negra, de origen humilde, nacida en la región más victimizada de Colombia (de 9.328.449 víctimas reconocidas por el Registro Único de Víctimas, 1.876.261 corresponden a Antioquia), interpretó el pasillo Hacia el calvario, de Carlos Vieco. Después, el Nocturno Opus 9 N.º 2, que Federico Chopin compuso a los veinte años. Sobre el teclado, los dedos de Teresita Gómez parecían atemperar la marcha de los custodios del “símbolo de la libertad”.

Selfies, banderas ondeando, consignas políticas a grito herido, el secretario del Senado susurrando al presidente… frente a la mirada del mundo, la maestra renunciaba al silencio reverencial de sus recitales. Contrario a su padre, Juan Carlos I —y el inmarchitable “¿Por qué no te callas?” que le espetó a Hugo Chávez—, el rey de España, Felipe VI, con el ceño fruncido parecía suplicarle a la pianista: ¡Por favor, no te calles! (Anticipaba la angustia: ya nadie “le manda a decir que lo quiere mucho”).

Politólogos y semiólogos se extienden en el análisis de los símbolos de la posesión presidencial. Más que un símbolo, quién es y lo que representa Teresita Gómez son un hecho histórico: lo mejor de Antioquia, gracias a Antioquia… ¡y a pesar de Antioquia!

“No molesten a la negrita, que ella con el piano ya está orando”, repetía el salesiano Andrés Rosas, cuando, en su temprana edad, ella renunció al rito católico.

Sin partitura, la maestra interpretó dos obras, con la memoria de su cuerpo y de su alma. Como la música, la política es, en esencia, cuestión de memoria.

En 1993 desaparecieron los ronquidos hertzianos de Radio Moscú… Vieco y Chopin permanecen, más allá de cualquier espectro.

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