Por el P. Toño Parra Segura padremanuelantonio@hotmail.com
El tema desarrollado en los mensajes anteriores continúa en este Domingo 27 del tiempo ordinario. Primero nos invitó a todos a trabajar en su Iglesia a cualquier hora, nos pidió sinceridad para darle una respuesta efectiva y hoy exige frutos adecuados y a tiempo, porque El es el dueño de todo y nosotros somos administradores.
Es una parábola actual, como todas las otras y punto de partida para una reflexión sobre la Iglesia, nueva viña, sobre el apostolado eficiente y sobre la vida de cada uno. Hay una tendencia disimulada a constituirnos propietarios de lo que se nos ha dado en administración, en ese caso ni los frutos ni la gloria van a Dios, porque se buscan éxito e intereses personales.
Se cumple en nosotros la decepcionante descripción que hace Isaías de un bello poema popular que por su forma y contenido expresa las relaciones de Dios con su pueblo bajo la alegoría de una viña cuidada con esmero que no devuelve los frutos. Es profecía que se vuelve historia. Cuánta bondad de Dios al crearnos, al nacer en un hogar de amor, cercado de cariño, con guardianes que nos guiaron con sabiduría, al rodearnos de sacramentos de crecimiento y de gracia, cultivados al máximo. Tiene derecho a pedir resultados de acuerdo con la siembra en la viña nueva.
Hemos caído en la ingenua equivocación de pensar que lo que tenemos es nuestro, tanto de bienes materiales como espirituales. Se nos olvidó que nuestra gestión debe apuntar a los intereses y gloria del dueño, y eso implica fidelidad. Los dones naturales, los carismas, más que motivo de orgullo debemos entenderlos como una responsabilidad.
“Qué tienes que no lo hayas recibido?. Y entonces qué sentido tiene gloriarte sobre ello”. (1Cor. 4,7) El abuso de un bien recibido puede traer la consecuencia de su privación, como lo insinúa la parábola del Señor: “Arrendará la viña a otros labradores”. También le quitó el talento escondido al siervo perezoso que no hizo nada por miedo y se lo dió al que tenía diez, bien trabajados.
Lo que sobrevino a la casa de Israel es también historia: los asirios asolaron a Samaria, lo mismo hicieron los babilonios con Jerusalén (587 a. C.) y los romanos en el año 70. Qué le puede pasar hoy a la Iglesia de Cristo si no da vino generoso de uvas bien cultivadas sino “uvas agrias” de división, de rechazo, de falta de cercanía y de poco cuidado en la “torre del guardián”?.
Cada hombre tiene un poco de apóstol y de profeta. Tiene obligación de brillar ante los demás para hacer que Dios sea glorificado (Mt. 4,16) Pero si profetiza en nombre propio o se hace cuerpo opaco que se recubre con la gloria debida a Dios se convierte en un ladrón respecto a Dios y en un traidor a la causa de sus hermanos.
Ponerse en lugar de Dios es seguir matando a los profetas, olvidar la palabra es matar el Verbo, porque El nos dijo que es “El Camino, la Verdad y la Vida”.
Cuando reclamamos gloria y servicio y aplausos que sólo son de Dios, estamos con esa idolatría en vísperas de la destitución y privación de todos los privilegios.
Somos simples administradores de las cosas de Dios y al buen administrador se le pide que haga rendir la hacienda, que no robe, que dé cuentas a su debido tiempo.
Recordemos en lo material la frase de Paulo VI: “Sobre cada propiedad privada hay una hipoteca social”. Mucho más en lo espiritual como dice San Pablo en la Carta a Los Corintios: “Que todos los carismas deben estar al servicio de la Comunidad”: (1Cor. 14).
Como Dios es superabundante en dádivas, es exigente en resultados: “Al que mucho se le da, mucho se le pedirá”.