Por: Froilán Casas
Un discurso del admirado Martin Luther King me ha inspirado el título de esta columna. En efecto, el inolvidable líder de la causa de los derechos civiles y políticos de la comunidad afrodescendiente de los Estados Unidos, al final de la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad, que tuvo lugar el 28 de agosto de 1963, pronunció el discurso conocido por una de sus expresiones claves: “I have a dream”, “Tengo un sueño”. “Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter”.
El grupo musical ABBA asumió el título dando nombre a una de sus canciones: ‘I Have a Dream’, Yo tengo un sueño, una canción para cantar… Sí, ¡qué hermoso soñar, soñar como don Quijote!
Me pregunto y les pregunto: ¿será que algún día tendremos paz en Colombia? Por favor, ¡qué ser humano tan belicoso! A veces somos peor que los felinos. ¿Qué será que la buena vida cansa y la mala amansa? ¡Cómo anidamos el odio en nuestros corazones! Pareciera, ¡qué paradoja!, que no podemos vivir en paz.
Tenemos que estar amargándoles la vida a nuestros vecinos. Para situarnos en nuestra patria: en Colombia venimos hablando de paz hace más de dos centurias, y esta se hace cada día más esquiva. Se ha degradado la hermosa palabra PAZ, el ‘Shalom’ bíblico del que, en mi caso, ya no me gusta hablar. ¡Qué expresión tan trillada! Se ha convertido en una payasada. Hemos llegado a ser cínicos en el uso de esa hermosa palabra. Incluso se ha tomado el término como bandera electoral. ¡Qué sofisma de distracción!
Hablan de paz pronunciando discursos violentos contra sus contradictores. Se presentan como los nuevos mesías de un orden nuevo, ¡qué osadía!, sin ninguna autoridad moral. Por desgracia, ha habido líderes políticos que han llegado al poder denigrando a sus opositores. ¡Qué ironía! Lo han logrado.
¿Cómo puede hablarse de paz cuando su discurso y su vida están marcados por la violencia, por la lucha de clases? ¡Qué cinismo! Lo más grave del caso es que hay idiotas que son seguidores viscerales de tales especímenes. ¡Cómo hay de bufones alrededor de la mesa del poder! Ya decían los latinos: “Stultorum infinitus est numerus”: Es infinito el número de idiotas.
Me avergüenza la historia de mi amada Colombia. Me horroriza la lucha sangrienta entre liberales y conservadores: ¡cuántas familias y hermanos se masacraron! Excúsenme decirlo: me avergüenza pertenecer a la raza humana. ¡Qué sevicia en tan flagrantes delitos! Y, no contentos con esa horrenda violencia, ahora la tenemos y con mayor crueldad, en la guerra de lucha de clases. ¡Cómo calificamos a nuestros adversarios con los más sucios epítetos! ¡Qué pena! Estamos atropellados por un discurso coprofílico.
Lo más terrible aún: alimentado por algunos líderes del sector político y académico. En este contexto social, ¿cuál es el futuro de las nuevas generaciones? Más doloroso aún: se guarda silencio. “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos” y “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos como del estremecedor silencio de los bondadosos”. ¡Qué impactante frase de Martin Luther King! El método dialéctico hegeliano, aplicado a la realidad político-social, nos lleva a funestas consecuencias. ¿Por qué no le damos al problema solución sino que tenemos que buscar culpables? Por favor, no hay peor verdugo que aquel que ha sido esclavo. La sabiduría popular nos dice: “No le eches piedras a tu vecino cuando el tuyo es de vidrio”. No sigamos cacareando paz si primero no hay justicia. El recordado Pablo VI nos decía: “Si quieres la paz,