Diario del Huila

Tierrabomba o sobre el dinosaurio que todavía está allí

Jun 30, 2021

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Por: Winston Morales Chavarro

«Hay otros mundos, pero están en éste», dijo el poeta francés Paul Éluard por allá en 1920, y ese parece ser el caso de Tierrabomba. Tan cerca de Cartagena, pero tan lejos, un territorio que parece ser de otro mundo, no sólo por su belleza exuberante (casi edénica), sino también por la displicencia con la que ha sido tratada a lo largo de su historia.

Tierrabomba es una pequeña isla de 19,84 km², un poco más pequeña que San Andrés, pero mucho más pobre y mucho más olvidada. Posee alrededor de nueve mil habitantes, la mayoría dedicada a la pesca y al turismo local. Pese a esto, el 96 % de la población es pobre y el acceso a la educación, así como a los servicios públicos básicos, es precario y muy limitado.

La isla está a diez minutos en lancha de Cartagena, pero a más de cien años de su infraestructura, «progreso» y asistencia gubernamental. Un paraíso olvidado, una especie de «favela» detrás del mar, de espaldas a la opulencia de Bocagrande y la Isla de Manga.

Mientras en Castillo Grande, el Laguito y Bocagrande todo luce «políticamente correcto», en Tierrabomba el hambre se pasea por sus empolvadas callejuelas. No hay acueducto, no hay Internet (lo cual ha sido un atraso muy significativo para su población juvenil e infantil en tiempos de pandemia) y la electricidad es muy deficiente e injustamente costosa. Dicen los nativos de la isla que el agua es más cara que en la propia Cartagena y que las facturas de electricidad llegan a sus casas como si estuvieran conectados todo el día a aires acondicionados, cuando a duras penas pueden acceder a un par de ventiladores (abanicos), a una nevera y a un televisor.

Cosas de la pobreza, dicen.

Y se han acostumbrado tanto a esa pobreza, a la desigualdad, a la falta de oportunidades, al abandono estatal. Los más jóvenes han naturalizado todo eso: creen que más allá de Tierrabomba la realidad es igual para todos, que la escasez es un estado natural, un paisaje en el cual se vive sin mayores reclamos o tribulaciones.

No obstante, Tierrabomba tiene todos los recursos y todas las virtudes para convertirse en un lugar de referencia para el turismo nacional. Además de su portento natural, sus paisajes, las costumbres y tradiciones de sus habitantes, sus platos típicos, sus mentalidades y narraciones locales, sobresale el talento natural para el canto, la música, los deportes, la ciencia de muchos de sus pobladores, sobre todo de los más adolescentes. Tierrabomba es un emporio de talentos, de creatividad, de visión de futuro. Sólo falta empuje, apoyo del sector privado y de los gobiernos locales y nacionales. Merece la pena invertir en este territorio, no sólo desde el aspecto material, arquitectónico, urbanístico, sino desde lo espiritual, lo artístico, lo social y lo humano. Talleres de pintura, literatura, música, canto. Escuelas de formación, arte comunal y comunitario, emprendimientos. Hay que visibilizar todo esto y los medios de comunicación no pueden ser indiferentes a estas otras realidades. No cubrir estos sectores alejados es otra forma de exclusión, de discriminación visual, oral y escrita. «Lo que no pasa por los medios no existe», y en la medida en que los medios sigan indiferentes a estas otras orillas, a estos soles y a estas lunas, es otra forma de negar un emporio cultural, un territorio rico en imágenes simbólicas, mentales y materiales. Los medios de comunicación también tienen responsabilidad en poner en el escenario, en las tablas dramáticas de la vida, las realidades de muchos colombianos «sin importancia.» Y Tierrabomba tiene mucho que mostrar, sus adolescentes sueñan con una realidad al otro lado de la isla, con una mejor educación, con una casa digna, con los pies en escenarios menos agrestes y hostiles. Sueñan con recorrer el mundo, con descubrir que más allá de este «bosque» hay otros árboles, otras avenidas, otros paisajes. Sueñan, como otros niños y jóvenes del mundo, con un futuro cercano y no remoto.

«Los árboles no dejan ver el bosque» dice la frase proverbial. Niños, niñas y adolescentes han crecido viendo a sus padres gastar sus ganancias en cerveza todas las semanas. Ese es el bosque de la realidad monotemática de la isla, y al no existir más referentes muchos niños y niñas crecen convencidos de que esa es la realidad y la lógica de sus mayores. Por eso hay que talar ese bosque, o por lo menos podarlo, para que otras realidades asomen por la copa de los árboles. Y esa es una tarea de todos.

 

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