Por: Mario Solano
Colombia está atravesando uno de los momentos más críticos en décadas, conformándose la tormenta perfecta y, generada desde el mismo gobierno central, caracterizada por una combinación de crisis sociales, económicas, energéticas, inseguridad, el país se recibe noticias alarmantes como la crisis energética, donde el suministro de gas domiciliario está asegurado solo hasta diciembre, sumado a la advertencia de racionamiento energético si las lluvias no llegan, ya varias regiones están bajo racionamiento de agua. Estos problemas, no son eventos aislados. En el ámbito político, la situación no podría ser más tensa. El presidente insiste cada semana en que está siendo víctima de un «golpe blando», un discurso que, lejos de aportar soluciones, fomenta una mayor polarización. Las críticas directas, personales y constantes a los magistrados de las cortes y la presentación de reformas que parecen estar diseñadas para beneficiar a grupos específicos, generan una percepción de desconexión entre el gobierno y las verdaderas necesidades del país, o ¿es un plan programado desde las altas esferas? La inseguridad ha alcanzado niveles alarmantes, con regiones enteras sumidas en el caos. El ministro de Defensa reconoció por fin, que el Cauca está en guerra, pero esta no es la única zona afectada. Arauca, Norte de Santander, Magdalena Medio, Nariño y Chocó también enfrentan situaciones de violencia, y el resto del país sufren el flagelo de la extorsión y el crimen organizado. La falta de control y respuesta tardia por parte del Gobierno, ha permitido que estas regiones se conviertan en verdaderos focos de violencia, con un impacto devastador en sus comunidades. El sector salud en crisis donde el gobierno tomo el todo el control del sistema y, los resultados son preocupantes. La intervenciones no ha logrado corregir las deficiencias y la corrupción sigue siendo rampante, escases de medicamentos, dificultades para acceder a servicios de salud de calidad, erosionando aún más la confianza en las instituciones. La oposición política es débil y dispersa, más interesada en sus propios beneficios que en hacer un contrapeso efectivo. Esto ha creado un escenario donde el gobierno puede actuar prácticamente sin restricciones, fijando la agenda y moviéndose sin un verdadero equilibrio de poder. El país parece estar avanzando hacia una «tormenta perfecta». La acumulación de problemas, sumada a la falta de una oposición efectiva, ha permitido al gobierno generar un caos del que él mismo se beneficia. Como resultado, el riesgo de una explosión social y política está cada vez más latente y, no es descabellado pensar que se podría decretar una conmoción interna, un mecanismo que permitiría al ejecutivo suspender las próximas elecciones y asumir poderes excepcionales.
