Entre el amor de un hijo y el genio literario nació un regalo inmortal: José Eustasio Rivera, con el corazón en su pluma, convirtió el cumpleaños de su madre en la fecha eterna de La Vorágine, su obra cumbre que iluminaría la literatura para siempre.
DIARIO DEL HUILA, ESPECIALES
Por: Martha Cecilia Andrade Calderón
Tenía por ese entonces 36 años, dos años antes había iniciado la escritura de la novela, 22 de abril de 1922, que como lo había hecho con sus obras anteriores, se la dedicó a su familia, “Para ustedes, sí, para ustedes -les dijo a sus hermanas-. He terminado La Vorágine”. Se los escribió de puño y letra, en Neiva aquel 21 de abril de 1924 José Eustasio Rivera.
El sensible joven rebelde, “hijo del monte”, el locuaz defensor de injusticias y el doloroso y consciente novelista de la naturaleza o del paisaje, como él bien lo dijo, “¿Quién cuando yo muera, consolará el paisaje?”, cumplía uno de sus sueños, publicar las atrocidades que se cometían en las selvas de Colombia, Venezuela y Brasil; después de conocer e intentar que el gobierno nacional atendiera sus reclamaciones, ahora lo hacía por medio de su pluma, esa que él sabía tenerla muy afinada. En efecto su capacidad literaria le daba para hacer la novela y otras muchas más obras.
¡Estaba inmensamente feliz! Perfeccionista que era, “Tachito” como le decían su familia, no gastó los dos meses preestablecidos para la publicación de la novela y que aquel aviso del 28 de agosto de 1924 en donde se anunciaba que saldría en septiembre, se prorrogó a dos meses más para correcciones, con la exigencia de que debería salir el día del cumpleaños de su madre, Doña Catalina Salas, la Hija de Doña Leona Salas, según la partida de bautismo.
Ese día el 24 de noviembre hubo fiesta en casa de doña Catalina y sus hijas jubilosas brindaron, no sólo por su cumpleaños sino por la publicación de la obra de Tacho, pero la más feliz era Doña Catalina. Fue el mejor regalo que recibió en su vida. Daba gracias a Dios por el logro de su Tachito. La obra se vendería luego, al día siguiente en las librerías de la capital.
Tenía que ser ella la señalada para que quedara en la historia, el gran día en que ella fue alumbrada y él daba luz a su hija más querida que perduraría por los tiempos de los tiempos, su novela, La Vorágine. A ella, su progenitora, la que amaba, valoraba y protegía siempre. Que cuando fue adolescente tan pronto tenía dinero, corría a comprarle zapatos. Que cuando se la “mentaban” como ofensa, era capaz de dar látigo por ella, aunque luego su nobleza se lo impidiera.
Rivera, nunca pensó que ella, que le había dado la vida tendría que también despedirlo de ésta. Pero fue así, ella estaría con sus hijas el 9 de enero de 1929 al mediodía, cuando lo condujeron al Cementerio Central con más de 15 mil personas y después de 30 días de recorrido que hizo su cadáver embalsamado, desde Nueva York hasta Bogotá. A doña Catalina su duelo la acompañaría por el resto de su vida, 6 años más, pues murió en 1935 a la edad de 74 años. Hoy la recordamos con afecto filial porque nuestro insigne escritor le honró con el día indicado. Cien años después en Neiva, 24 de noviembre, también queremos honrar su memoria y su cumpleaños, con un bello poema que el cantor le hizo a la maternidad en alegoría con el acto creativo de la palabra:
Maternidad
A veces de ti misma se alza un vago concento
como el de las mareas en la concha marina;
y aunque en disimularlo tu zozobra se obstina,
tiembla el alma en tus ojos bajo mi pensamiento.
Abrazándome adviertes que ese canto es mi acento
y venidera gente lo repite y combina;
es que en tu seno grávido la humanidad germina:
clamor de razas nuevas en tu suspiro siento.
Bendita, que transmites mi esencia al infinito:
por ti futuro seres vivirán mi pasado
y al límite del tiempo dilatarán mi grito,
Muerto en el mundo en ellos seguiré reencarnando
y al fin veré que logran con mi ideal soñado
la paz que nunca tuve y el verso que no he escrito.
Bogotá, noviembre 21 de 1927