Diario del Huila

Un día después de la Madre

May 13, 2024

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Por: Gerardo Aldana García

Hace apenas un día que en diversos países se celebró el día de la madre. Lluvia de frases dulces inundaron las redes sociales, restaurantes no dieron abasto y flores de renovado color llenaron el hogar de tan excepcional, único e irrepetible ser en la vida de los hijos de natura, de los hijos del sistema solar, de los hijos del cosmos; pues hasta el mismo dios en su incomprensible dimensión, ha de tener como madre a la soberana de todo el multiverso. Sin embargo, un día después, la rutina de la mujer madre la vuelve a su realidad, generalmente dura e injusta en donde matices de hijos maltratadores y desagradecidos, siguen uniéndose a los actos de esposos celosos, posesivos, malditamente machistas, o al de indeseables jefes acosadores.

El amor a la madre ha de ser una costumbre, un culto, una religión; en dos palabras: Cultura Madre. Si, y por este beneficio que cada niño desde el ejemplo del hogar logre encarnar en su intima personalidad, la sociedad podrá efectivamente honrar a la mujer madre como el más elevado ser sobre la vida de cada quién. La devoción a la madre debe traducirse en actos de ternura, respeto, protección, consideración, solidaridad hacia ella. No ha de ser simplemente el homenaje de un día que el comercio adscribe en su agenda de ventas anual. La fugaz memoria de los hombres y mujeres hijos, suele tener la ingrata proclividad a olvidar la deuda cósmica que se adquiere con la madre desde el momento mismo en que su vientre creador es habitáculo dispuesto para el nuevo ser. Y las noches y días de la madre ya no volverán a ser los mismos; ella se ha dividido en dos o en tres o en cuantos sea necesario, garantizando el milagro de la vida, con esplendor de risas de bebé y sacrificios de noches de espera del adolescente que a las 2:00 a.m. aún no llega de su rumba juvenil.

Por ello, en mi homenaje a las madres, quiero compartir para ellas y a cada lector, el poema que he escrito y lleva por título: QUIÉN SABE DE ELLA. Quién sabe de ella sino los muebles que brilla sin cesar./ La piedra sobre la que friega la mancha de hombres soberbios, puede contar el dolor de sus dedos fatigados, y el río entintado de su sangre, testigo único de sus sueños dormidos./Rendida a los pies del día que la agoniza, en un cavilar de quehaceres de mañana, cierra sus ojos, tan rápido como su cuerpo se relaja./Teje un mantel blanco donde yergue el vino de su hombre, y en la vianda dentro de la mochila de su hijo, hay un canto de esperanza./Quién sabe de ella, sino el espejo cómplice, cuando advierte su alegría al acicalarse para él./Quién imagina las luces encendidas que habitan su mundo, acalladas por el grito del deber al que se abniega./Ella, la más vivaz, parece ausente entre todos.

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