Por: Carlos Tobar
Se han cerrado las urnas de las elecciones para Congreso de este 13 de marzo, fecha en que además se jugaron una especie de primarias de tres coaliciones partidarias para elegir los candidatos a la primera vuelta presidencial.
La primera reflexión, porque es un hecho de bulto, es que la democracia colombiana es legal, pero no legítima. Cuando en una contienda electoral no participa al menos el 50% de los ciudadanos habilitados para votar, su resultado pierde legitimidad. Desde hace mucho tiempo la votación no alcanza esa cifra. Además, que buena parte es producto del voto comprado.
La interpretación es que la mayoría de los colombianos no se sienten vinculados al sistema democrático republicano que define nuestra institucionalidad política. No les interesa participar porque consideran que nadie representa sus intereses.
Es el resultado de un régimen político que durante décadas se viene descomponiendo, transformándose en un Frankenstein, un monstruo en el que medran los intereses personales de una casta politiquera al servicio de las élites que controlan el gobierno y el estado para garantizar sus privilegios.
Para el Huila es un desastre. Probablemente, la región se quedará sin representación o con una representación mínima en el Senado. Grave. En la Cámara de representantes continúa la mayoría elegida por el voto comprado, con la refrescante excepción de Leyla Rincón.
La crisis de los partidos tradicionales el liberal, el conservador y sus adláteres Cambio Radical, el Partido de la U, Centro Democrático…, es patética. Amenazan desaparición, porque hace ya mucho tiempo perdieron su sustancia ideológica y política.
Pero, esa situación no es para alegrarse. Sobretodo cuando no hay alternativas para remplazarlos como mecanismo de representación ciudadana. La esencia organizativa de la democracia son los partidos políticos que, en una sociedad multiclasista, deben ser tantos como clases o sectores de clase existan.
Hay que volver a las raíces nacionales que se perdieron, especialmente en el período nefasto del neoliberalismo, que trastocó todos los valores de la democracia colombiana convirtiéndolos en mercancías canjeables a voluntad del capital financiero parasitario. No todo se puede vender y comprar.
De manera especial, hay que defender la producción y el trabajo nacionales, eje indiscutible del progreso social. Solo sobre esta base encontraremos el camino de la más amplia unidad nacional, condición indispensable para proponernos cualquier meta que haga grande a Colombia.
P.S. El resultado de las consultas deja abierta la campaña presidencial.