Álvaro Hernando Cardona González
Con todas las obras y proyectos mineros, petroleros, viales, ferroviarios, hidráulicos, y tantos otros, hemos adquirido el aprendizaje y reconocimiento por gestores, ingenieros, ambientalistas y hasta de las comunidades sobre el impacto ambiental que estos generan inevitablemente y sobre la eficacia de las medidas de manejo ambiental indispensables para hacerlos sostenibles.
Hoy tenemos el conocimiento multidisciplinario, para casi asegurar totalmente la eficacia ambiental. Por tanto, para fijar los términos de referencia para los estudios ambientales, necesarios para las decisiones sectoriales.
Cierto, aún tenemos retos para determinar cómo resolver, con igual eficacia ambiental, aquellos impactos que surgieron y se causan hoy día con las obras y proyectos que Colombia tiene en ejecución (antes de 1993 y sobre todo antes de 1974). Pero no podemos seguir en las discusiones eternas y ya injustificadas, sobre si un proyecto genera o no impactos; claro que siempre la actividad antrópica genera impactos. Tampoco sobre qué hacer; como decimos ya sabemos en cada caso prácticamente todo lo que hay qué hacer, desde el inicio del proyecto, hasta terminar su operación e incluso, hasta su desmantelamiento y abandono. Tampoco sobre la necesidad de extremar el seguimiento, de extremar la inflexibilidad en la exigencia de las acciones de manejo y en la inflexibilidad e imposibilidad de negociar las sanciones y medidas compensatorias como reproche por incumplimientos. Pero tampoco en la urgente necesidad para la elevación de la calidad de vida, y ojalá, pleno empleo, de que los proyectos se inicien pronto.
No obstante, los nuevos proyectos deben ensayar métodos que mejoren su integración ambiental, y faciliten y hagan más eficaz la obtención de información para el seguimiento de las obligaciones que son consecuencia de las licencias ambientales o de las autorizaciones para el uso de los recursos naturales.
El hombre carga con el sino trágico, como se ha visto ante el fenómeno de El Niño, de que su sola presencia tiene impactos negativos para el ambiente natural en la Tierra. Una realidad que nos hace racionalizar los debates ambientales, y que ayuda al derecho, sobre todo, para rescatar su papel. Prevenir conflictos y violencia.