“América Latina no es pobre, es desigual. Lo que tenemos que analizar es la relación pobreza – riqueza en el país, para ver cómo se distribuyen jurídica y legítimamente las utilidades que son de todos, del colectivo, y así atacar la desigualdad, no la pobreza”.
Esto lo dijo un investigador de apellido Hanner, cuando se refirió a que ‘atacar la pobreza’ es equivalente a no hacer nada. Ello, en virtud de que el Estado deja a los ciudadanos por fuera del ejercicio de los derechos de la constitución. Al respecto, enfatizó en que el cambio debería empezar en la academia, desde las clases de economía.
Y hace unos años, se informó que Colombia es uno de los países con mayor desigualdad en el mundo y el más desigual en Latinoamérica, demostrando que no es suficiente generar crecimiento económico si éste no se distribuye adecuadamente en la población.
Con ello, se deduce que es necesario implementar un mecanismo que permita que los recursos se transfieran de quienes los tienen a quienes realmente los necesitan. De la misma manera, se requiere que los gobiernos, el Estado, los gremios, la academia y las ONG, se comprometan con las mayorías para que el desarrollo, la justicia y la paz lleguen a todos, y se puedan lograr sociedades más libres, más satisfechas, más humanas.
Al mismo tiempo, se necesita una recomposición de los valores, pero no sólo de la comunidad, que es hacia donde siempre se apunta, sino también hacia quienes tienen el poder y la riqueza. Pues se habla abiertamente de unos valores éticos que no se llevan a la vida diaria. Es decir, unos valores éticos que existen sólo en la teoría y sirven para el discurso amañado.
Sabemos que es más importante ser que tener, pero la mayoría de la gente pasa su vida luchando por tener algo para poder subsistir, pues ni siquiera para vivir dignamente. Y estas mayorías que pueden ser parte de una sociedad altamente productiva, no pueden serlo porque emplean su tiempo buscando el sustento diario y, como consecuencia, la oportunidad de participar en los procesos creativos es mínima o nula.
Por eso es conveniente que las mayorías tengan oportunidades y acceso a la adquisición y generación de conocimiento, a los avances de la ciencia y de la tecnología, pues es urgente generar desarrollo desde abajo y desde adentro, para erradicar la desigualdad, lograr calidad de vida, crear riqueza y distribuirla equitativamente, y alcanzar buenos niveles de inclusión social.
Unido a este sentir, se incluye el asomo, gusto y afición por la tecnología que aumenta cada vez más en la población colombiana. Así, es indudable que los avances en esta materia se producen a velocidades sorprendentes. ¿O acaso no sorprende que gracias a la maravilla del internet sea posible hablar, visualizar y mantener una conversación con alguien que se encuentra a miles de kilómetros?
Entonces, surge una pregunta más. ¿Deberían estos avances tecnológicos propiciar la construcción de sociedades más humanas? Diríamos que la respuesta debe ser positiva. Pero,…desafortunadamente aunque la respuesta es positiva, la realidad es otra. Infortunadamente, este tipo de adelantos y desarrollos está generando distanciamiento y formación de personas más insensibles, más egocéntricas y, por ende, menos humanas.
Hay que crear nuevas formas de trabajo colaborativo, donde se articule la tecnología pero sin perder la esencia humana, pues de lo contrario, la sociedad avanzará hacia lo que pronosticó cierta vez el profesor Einstein: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo sólo tendrá una generación de idiotas”.