Ernesto Cardoso Camacho
La celebración cristiana de la Navidad, grandioso acontecimiento que nos permite recordar el nacimiento del Mesías; hecho histórico con el cual se cumplió la profecía bíblica, “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”; constituye uno de los dogmas más importantes de la fe cristiana católica no solamente por el origen divino de Jesús, sino también por la humildad y obediencia de María; al permitir que la voluntad del Padre se expresara a través de su Santo Espíritu y así permitiera la humanidad divina de su hijo, acompañada por el silencio amoroso y prudente de San José.
La Sagrada Familia así constituida, dio origen a una de las instituciones sociales y culturales más trascendentes en la historia de la humanidad que ha permanecido incólume por algo mas de 20 siglos, aunque en estos tiempos de la llamada post-modernidad, viene siendo atacada y vulnerada por quienes, desde los tiempos de Engels el verdadero padre del marxismo, la han considerado el pilar de la estructura clasista y burguesa del inhumano capitalismo dominante y excluyente.
La famosa obra del pensador alemán titulada “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado” confirma la importancia histórica y cultural de la familia como núcleo esencial de la sociedad.
Por tanto, no es de extrañar que los llamados movimientos culturales y políticos de las minorías sexuales, de quienes promueven el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo; estén siendo tan activos y publicitados por los grandes medios de comunicación social y financiados por ciertos conglomerados financieros del llamado globalismo, en el claro propósito estratégico de destruirla para avanzar en sus intenciones de establecer un nuevo orden mundial donde la fe de los creyentes sería cosa del pasado.
Pero la historia de la humanidad es una evolución permanente que si bien es cierto ha exigido adaptaciones culturales, también es cierto que tiene unas raíces muy profundas que le han dado su dimensión de permanencia e inmutabilidad.
Curiosamente, puede ser hasta una buena paradoja, el que la pandemia del Coronavirus tan agobiante en términos humanos, económicos y sociales, ha permitido a la humanidad regresar a ciertos valores y principios esenciales; sin desconocer la enorme importancia de la ciencia y la tecnología; generando así el equilibrio natural entre la materia y el espíritu. La incertidumbre, la confusión y hasta el miedo generados por el virus, ha demostrado de nuevo que si bien es cierto existe tal equilibrio, el ser humano prioriza su condición espiritual como único elemento que le ofrece fortaleza y esperanza para afrontar todas las adversidades.
En este preciso contexto histórico que padece la humanidad entera, la celebración del nacimiento de Jesús durante las festividades navideñas, tiene una connotación muy especial, pues nos permitirá aceptar de nuevo que somos criaturas creadas por la voluntad divina, frágiles y mortales; pues no obstante el inusitado progreso tecnológico y científico; nos recuerda que nuestro ciclo vital no depende solamente de nosotros como de manera soberbia lo estábamos creyendo, sino que nuestro destino sigue estando en las manos providentes del Creador.
Una celebración cristiana, en familia, con la responsabilidad social del distanciamiento y la sobriedad, son el mejor estímulo para agradecer las bendiciones recibidas y mantener vivo el recuerdo de familiares y amigos que no lograron sobrevivir a los estragos de la pandemia.
ADENDA.- A los amables y pacientes lectores me permito desearles una feliz y tranquila navidad en familia, para que nazca de nuevo en sus corazones el amor y la misericordia de Jesús y de María, acogiendo con fervor la luz que habrá de seguir iluminando la obscuridad del mundo.