Por: Carlos Tobar
El viernes de la semana pasada se abrieron las festividades sampedrinas con una inauguración fastuosa en el parque de la música. El sábado estaba programado el concurso de interpretación musical “Anselmo Durán Plazas” y, el concurso de composición musical “Jorge Villamil Cordovez”. El primero tuvo un lleno total, las instalaciones estaban hasta las banderas. En el segundo la ausencia de público fue notoria: un guasón que asistió y reseñó el evento anotó que “había más artistas que espectadores”.
Este contraste lo quiero utilizar para mostrar el desequilibrio que hay entre el espectáculo en que se ha convertido el baile del sanjuanero y, con él los reinados que lo materializan, frente a la esencia cultural ancestral que descansa en la música del terruño.
Hace algunos años, en los comienzos de las celebraciones modernas, los concursos de composición e interpretación musical de bambucos, sanjuaneros y rajaleñas eran la parte central de las festividades folclóricas. Llegaron a tener tal importancia que fueron de los primeros concursos de este tipo de importancia nacional. Antes de que existieran festivales como el mono Núñez, o el mangostino de oro, o los de Antioquia o el viejo Caldas o Santanderes…, los de Neiva alcanzaron especial resonancia.
Posteriormente, con la consolidación de la danza del sanjuanero huilense (letra de Sofía Gaitán Yanguas y música del maestro Anselmo Durán Plazas), de preciosa elaboración de la folclorista Inés García de Durán, el baile atado a los reinados a todos los niveles (popular, municipal, departamental y nacional) empezó a tomar mayor importancia.
El éxito promocional de la belleza y la gracia femenina como encarnación de la danza tradicional, fue relegando a un segundo plano las expresiones musicales que, en el fondo, son el soporte de la danza y de las mismas festividades. El descuido de organizadores, la falta de rigor en los concursos y una débil promoción, lentamente condujeron a la práctica extinción de las expresiones musicales. Hoy se realizan por compromiso, sin ninguna proyección, sin recursos y, casi sin…, participantes.
Mas adelante, la conversión del sampedro en un carnaval, desvirtuó la esencia de las festividades folclóricas: hasta la danza terminó como una expresión estereotipada, mecanicista, sin la esencia de la cultura campesina que, fue en sus comienzos el origen de las fiestas de medio año.
Se celebraba, si no lo recordamos, por influencia de la iglesia católica los días de los apóstoles Pedro y Juan, pero también el cierre del ciclo productivo de la primera mitad del año con la llegada del solsticio de verano (20 de junio). Era un corte de cuentas de las faenas agrarias que las gentes utilizaban para congratularse por los trabajos realizados y, compartir con parientes y vecinos. Eran fiestas populares donde se compartía comida, bebida y jolgorio.
Las expresiones carnavalescas que hoy predominan no solo no nos convocan a compartir, sino que nos alejan, aislándonos como sociedad cooperativa. Rescatar las raíces de las festividades es una tarea pendiente.
De todas maneras, felices festividades sampedrinas.
Neiva, 17 de junio de 2024