La figura del expresidente Álvaro Uribe Vélez es quizás la más controversial y controvertida de nuestra reciente historia política. Su paso por la jefatura del Estado prácticamente puso fin a una violenta época de violencia guerrillera. Si bien han quedado unos reductos que son producto del paramilitarismo y del terrorismo de ciertas disidencias de las Farc que no se acogieron al proceso. Su mano dura y su lucha sin cuartel contra los bandidos de todos los pelambres le ganaron el respeto y el reconocimiento del país y del mundo y le permitió alzarse con las mayorías parlamentarias a su partido, el Centro Democrático.
Lo que aún no está claro y está todavía por verse sí esa fuerza mayoritaria le permitirá señalar al sucesor del presidente Duque. Sobre el tapete hay más de treinta aspiraciones, siendo las más relevantes las de Petro, Vargas Lleras, Fajardo, Moreno, Cárdenas y Gaviria.
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No deja de ser curioso y hasta risible la demanda del gobierno mexicano ha puesto a los fabricantes estadounidenses de armas por lo que llamó «comercio negligente», ya que según la misma denuncia se está surtiendo el mercado negro con las armas «a la medida» de los sicarios que las demandan. Y lo decimos porque es muy poco o nada lo que ese gobierno ha logrado hacer para combatir los expandidos mercados de alucinógenos.
El crecimiento de dichos mercados es exponencial y en los últimos diez años ha llegado a la impresionante cifra de trescientos mil los muertos por culpa de los enfrentamientos entre los las autoridades y los capos. Un serio analista de la situación afirma que las cifras que hoy se manejan son muy superiores a las que se conocían de parte de los carteles de Cali y Medellín.
Lo más grave es que el gobierno norteamericano hace muy poco por combatir este mercado cuando cruza las fronteras del Río Grande.
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La regla de oro ambiental advierte que «Debemos proteger nuestros bosques si queremos proteger nuestros recursos hídricos» y es por ello que debemos aplaudir la decisión del presidente Duque de penalizar, sin excarcelación, a todos los delincuentes capturados talando o incendiando nuestra riqueza forestal. Hay que acabar con la impunidad que por años ha permitido arrasar con nuestra fauna y flora tropicales.
No habrá desarrollo sostenible y autosuficiente si no acabamos con los depredadores y con la indiferencia de la sociedad y de los medios de comunicación para los cuales ese tipo de delitos no son noticia. Las simples multas no espantan a nadie. Se debe crear una brigada policial encargada únicamente de perseguir y encanar a los responsables. En Bogotá somos testigos presenciales de la inmisericorde tala de nuestros milenarios cerros. ¿Qué se está haciendo, señora Alcaldesa?
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Todo esto hace parte de esa cultura ciudadana por la que tanto se preocupó Mockus y que a sus sucesores los tiene sin cuidado. Es vergonzoso y preocupante como una manada de criminales la emprendió contra la nueva silletería del estadio «El Campin». Destruir por destruir es la nueva consigna de los vándalos. Recorrer nuestra ciudad es tener que padecer toda clase de vandalismo grafitero.
Cuánta tristeza nos causa a los bogotanos ver todas nuestras calles, no solo llenas de huecos por la incompetencia de la secretaría de la movilidad, sino convertidas sus paredes en «el pizarrón de la canallada». Pareciera que todos esos desadaptados se impusieran sobre la comunidad, para hacer invivible nuestra capital.
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Adenda Uno. El acoso sexual, ejercido desde el poder, ha sido desde siempre considerado como un crimen abominable. Andrew Cuomo, gobernador del Estado de Nueva York e hijo de Mario Cuomo, también gobernador allá por la década del ochenta en el siglo pasado, ha sido acusado por varias de sus subordinadas de querer abusar de ellas. Es muy probable que acabe en prisión y por lo menos diez años. Y pensar que su partido lo creyó en algún momento presidenciable.
Adenda Dos. Leer sobre la apasionante vida de Winston Churchill es siempre un verdadero deleite. Su grandeza histórica, su histrionismo parlamentario, su apabullante cultura humanística y su espléndido liderazgo durante la Segunda Guerra Mundial lo hace una de más grandes figuras de todos los tiempos. En esta forma hemos gozado, a plenitud, la estupenda biografía, «Esplendor y Vileza», del historiador Erik Larson sobre la etapa decisiva de los años cuarenta, cuando el P.M. evitó, sólo con su descomunal voluntad de mando, la invasión de los nazis.