En estos días de vacaciones he visto algunos documentales elaborados por Netflix sobre la vida y obra de connotados dirigentes políticos del sur de nuestro continente. Me encontré con una crónica que realizo el celuloide sobre la historia reciente de uno de los grandes del Brasil, la del dirigente obrero metalúrgico líder sindical y político José Ignacio Lula Da silva, quien a fuerza de sus ideas y perseverancia alcanzo la meta de llegar a ser el presidente de su país, entre el primero de enero del año 2.003 hasta el 31 de diciembre de 2.010, con una votación sin precedentes de más de 60 millones de votos. Su lucha es admirable; sin embargo, ha sido encarcelado y perseguido de manera inusitada por sus adversarios de la extrema derecha, por envidias y odios que la política genera en el oscuro corazón de los hombres, sean de izquierda, o de derecha.
El presidente Lula da Silva fue apoyado abrumadoramente por su pueblo, alcanzando una altísima votación que represento el 61% de los votos contabilizados. El mandatario terminó su gobierno, de ocho años, con un 87% de popularidad, cifras que llenaron de envidia y odio a sus enemigos. Un resultado inédito en su país.
A pesar de que el Tribunal Supremo de Brasil considero que el Juez Moro, encargado del proceso, no fue imparcial en los juicios al expresidente, finalmente fue condenado a 9 años de presidio. Lula Da Silva es víctima hoy del secuestro judicial por parte de unos tribunales corruptos, cuando se avizoraba una nueva victoria suya como candidato presidencial para ocupar, por segunda vez, el primer cargo de la nación.
Si miramos coincidencias, desde la otra orilla, podemos observar que los enemigos políticos, sin excepción, no tienen partido, credo, hígado, ni corazón. Nuestro líder y jefe natural Álvaro Uribe, ganador de las elecciones en los últimos 20 años, que gobernó a Colombia durante ocho, finalizo su gobierno con un 74% de opinión favorable, sin embargo, viene siendo perseguido desde el 2012 por una justicia igualmente politizada que lo tiene “secuestrado”, con lo que pretenden marginarlo de toda actividad proselitista, situando los intereses de sus adversarios por encima del estado de derecho y del debido proceso. Un Juez miembro de esa organización de extrema izquierda, de lo que yo denomino el KU KLUX KLAN criollo, contagiado de odio, se ha colocado a órdenes de los contrarios del ilustre expresidente, y en complicidad con togados y dirigentes políticos derrotados, le ha endilgado presuntos delitos que, a juicio de la fiscalía general de la nación no ha cometido, pues es de conocimiento público que el fiscal encargado del caso ha solicitado la preclusión de la investigación. Como vemos, en los dos sucesos, diametralmente opuestos, no se trata de ideologías de derecha o de izquierda, sino de envidias, odios y de rencores.
Razones poderosas que deben unirnos para sacar victoriosa la aspiración de Oscar Iván Zuluaga, único candidato con credenciales de estadista capaz y, ellos lo saben, de derrotar a Gustavo Petro. Ese sentir lo tiene su partido de más de 10 millones de ciudadanos de bien y muchos otros colombianos que sueñan con la esperanza de un nuevo país. No de otra manera podemos interpretar la nociva y perjudicial persecución contra Álvaro Uribe y lo que representan sus ideas. Álvaro Uribe como jefe natural del Centro Democrático ha colocado en alto las banderas de la campaña de Zuluaga y, asumiendo por voluntad propia la dirección del debate, viene recorriendo el país invitándonos a salir masivamente a las calles a defender los logros del gobierno y las ideas, base de nuestra colectividad. Como respuesta a la infamia, tenemos la obligación, para bien de la república, de apoyarlo para ganar las próximas elecciones presidenciales. Es una forma de sobrevivir a la persecución y a la vulneración del estado de derecho que debe prevalecer como defensa a la institucionalidad de nuestra Nación.