Diario del Huila

Henry Macías: vigencia de una realidad

May 16, 2021

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Nuevamente en nuestros calendarios, como en nuestros recuerdos, la memoria de HENRY MACIAS RAMIREZ, ha permitido que entendamos como las movilizaciones populares y esa rabia que llevan las expresiones de protesta de las comunidades en determinados momentos, cobra la vida de seres indefensos, de las personas más sencillas y espontáneas que en un arranque de solidaridad, se comprometen en defender una causa, la causa de todos a pesar de que ese “todos”, luego lo abandonen o lo silencien para siempre.

Henry Macías fue víctima de las balas oficiales, cuando el 12 de mayo de 1973, nos desplazábamos por las calles de Garzón y fuimos vandalizados por agentes de la policía que quiso silenciarnos por los reclamos ante el atropello del establecimiento por suspender las funciones de una entidad estatal, con lo cual se afectaba a gran parte del gremio trabajador de la zona del centro del Departamento, donde un buen número de nuestros padres laboraban.

Pero hay quienes nunca podemos dejar de evocar y de traer a este eterno presente, el significado histórico de una muerte, de otras tantas muertes y de la forma como la historia de la represión en Colombia, ha estado signada por el asesinato de jóvenes, de estudiantes, de teatreros, de obreros y campesinos y de quienes asumen en cierto momento, un compromiso, una tarea y hacen un esfuerzo por sobreponerse incluso, a sus propias vanidades, para pensar en el colectivo, en su entorno, en su realidad y la realidad que nos circunda.

Y este país, nuestro país: COLOMBIA, sigue matando a sus jóvenes, sigue asesinando a sus estudiantes, sigue desquitándose de la voz de los que asumen la voz de quienes en su momento se dejaron mancillar en las urnas y votaron por quienes terminan siendo los asesinos del pueblo, sus dirigentes, sus políticos, sus verdugos. Y ellos no caen, ellos se ríen y se burlan de la suerte de los que se sacrifican, esa es la realidad, esa es una verdad que nos duele y que rememora el nombre de Gabriel Bravo Pérez, el estudiante caído el 7 de junio de 1929 y tiempo después el 8 de junio de 1954 con el asesinato en la capital de la república de Uriel Gutiérrez Restrepo y la masacre de once estudiantes más al día siguiente, 9 de junio de 1954. Una historia que se ha repetido y es de nunca acabar. Y no aprendemos la lección, sino que esta se repite por parte de nuestros actuales dirigentes de gobierno, de las fuerzas oscuras del poder policial y militar en Colombia.

Muchos pregonamos que somos hijos de la violencia, que hemos transitado por esos linderos donde la vida se ha movido por un hilo mágico, por un poder invisible que nos ha permitido sentir esa fuerza y esa rabia ante la realidad vital, porque siempre hemos estado atentos, siempre hemos sido voceadores de ese dolor y de ese infortunio que nuestros gobernantes han sembrado en la sociedad buscando aquellos su propio beneficio y sacrificando el dolor y la angustia de las colectividades, pero hoy reconocemos y tenemos que hacerlo por siempre, que la memoria y la historia de los que han caído, tiene que darnos la fuerza suficiente para apoyar y defender una sola causa, una sola razón de vida, una sola ideología que se centre en la libertada, la paz, la confraternidad y en ese extraño mundo de la justicia que no hemos tenido en Colombia desde los tiempos de la conquista, de la colonia y de la presunta democracia con la que nos siguen engañando.

Estudiantes asesinados que año tras año quedan en la impunidad y con lo que se ha congraciado un presunto Estado Social de Derecho, que como un esperpento de los inútiles, nos convoca día a día, a dejar una huella, un grito en el universo, una mancha, una marca indeleble que lacere lo más profundo de nuestra nacionalidad, para que tarde o temprano, como dijo el estadista, transiten por las grandes alamedas el hombre libre, el hombre del nuevo milenio, el hombre, siempre el hombre capaz de entender y de comprender la infinitud del humanismo que llevamos dentro y que ha sido vilipendiado por el odio, por el rencor, por el egoísmo y la traición de nuestra propia raza, sino que se enriquece con el ejemplo y la valentía para enfrentarnos en procura de nuestros derechos.

Que la memoria de los estudiantes asesinados, sea una constante para entender que su muerte no ha sido en vano, que su lección ha calado en lo más profundo de nuestros corazones y que la protesta ha sido siempre superior a la violencia y que las formas como se responde a nuestros sueños y a nuestras esperanzas, siempre seguirá viva, siempre será fortalecida por ese mañana que ha de llegar, por esa lección que nunca olvidaremos. En memoria de Henry Macías Ramírez, y de todos los estudiantes y obreros, campesinos y trabajadores del arte y de la cultura que han sido asesinados, nuestro abrazo en la eternidad, donde muy pronto, muchos nombres inocentes han de sumarse para hacer la historia de los pueblos y dejar un recuerdo de una u otra forma, de una u otra forma, hasta la liberación total del yugo de la muerte.

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