María Elisa Uribe
Da la impresión que hoy los políticos y su ejercicio, la política pública, las normas en sí, se mueven más por el divisionismo de la sociedad, alejándose de la esencia del pensamiento liberal y conservador: el individuo y su dignidad.
Ese actuar en función de proteger la dignidad de la persona, del individuo, con base en su libertad, está cambiando. Los discursos, de hecho, comienzan por saludos separatistas, colombianos y colombianas.
La política de discriminación positiva, que aboga, como dice su nombre, por acudir a acciones de discriminación entendida como “buena” porque pretende con ciertas preferencias o insistencias reducir prácticas de la sociedad que marginan o excluyen a ciertos grupos, como ha sido la política de género en función de impulsar o corregir condiciones de desigualdad de las mujeres frente a los hombres, es uno de los argumentos fuertes para justificar la expansión de esta especie de separatismos que estamos viviendo.
El enfoque de discriminación positiva se traslada entonces también a aspectos contra el racismo, como han sido políticas centradas en los afrocolombianos y los indígenas.
El tema está que todo tiene un límite, que esa discriminación positiva tiene un importante sentido de transitoriedad olvidado, mientras se supera la circunstancia, y que, por lo mismo, estamos entrando a una tendencia por colectivizar nuestra vida común corriente, donde la dignidad de la persona como tal, individual y sin distingos, pasa a un segundo plano.
Por cuenta de esa especie de colectivismo, la sociedad, contraria a la idea de ser incluyentes o tolerantes -palabras casi que manoseadas- ha generado líneas irreconciliables, como si quienes pensaran un poco distinto no cupieran en los grupos a no ser que los sigan al pie de la letra: los ecologistas, las feministas, los animalistas, los veganos, los nacionalistas, los izquierdistas, los de derecha, la ultraderecha, etcétera.
El tema de la sensibilidad por una causa o por otra se convierte entonces en el argumento principal. Sin embargo, la discriminación positiva no deja de ser discriminación y debe tender a cero, es decir llegar al momento de entrar en la dignidad del individuo en general.
Volver a pensar en la política en pro de la dignidad del individuo, de sus libertades, del elemental principio de mis derechos van hasta donde comienzan los de los demás, debería parte de este debate electoral.
El problema de enumerar es que muchas veces se vuelve excluyente y esto puede pasar con estas especies de colectivismos. Un ejemplo es el campesino, común y corriente, digamos que no se trate de una mujer rural, o de un afro o un indígena, ¿dónde queda su esperanza?
La justicia es comprender que todas personas tienen la misma dignidad y los mismos derechos. Es esta una invitación a descolectivizar nuestra mente, porque el asunto ya está impregnado en el inconsciente, con la idea que se debe pertenecer a este u otro grupo, cuando en el fondo lo importante es ver el valor de cada persona como tal, como centro de cualquier accionar político.