Por: Ernesto Cardoso Camacho
Definitivamente la política es dinámica. Pero en el sentido que dicha dinámica se la dan los protagonistas o actores que ejercen el poder o que concurren al mismo desde la rama legislativa, ya sea como integrantes del partido de gobierno; o independientes o de oposición; categorías vigentes hoy en Colombia.
En este esquema democrático los independientes permanecen al acecho para negar o apoyar lo que supuestamente le conviene al país, aunque su verdadero interés esta en una especie de chantaje al gobernante. Mientras que los de gobierno son solidarios a cambio de posiciones ministeriales y altos cargos del Estado, hecho que es explicable pues es natural que se gobierne con los amigos que contribuyeron a obtener el acceso al poder.
La otra categoría del esquema democrático vigente lo constituye el partido de oposición, donde su conducta se orienta a controvertir las decisiones o propuestas del gobernante, pero que siempre deberán estar argumentadas y no caprichosas, para que en realidad sea una actitud política responsable y constructiva.
Lo que hasta ahora se ha logrado establecer es que dicho esquema favorece o estimula el clientelismo de los partidos que se fundamenta en puestos y contratos. Por ello, en una democracia seria y madura, el único esquema que realmente contribuye a que la dinámica de la política sea un ejercicio constructivo que beneficie los verdaderos intereses de los ciudadanos y estimule un correcto funcionamiento de las políticas públicas, es sin duda alguna el esquema partidos de gobierno y partidos de oposición.
En buena parte lo que estamos presenciando y hasta sufriendo hoy los colombianos es el resultado de este perverso esquema donde se confunden los roles de los partidos y además, las bancadas actúan sin disciplina partidista, espacio en el cual cada congresista pretende sacar su personal provecho y facilita así el lobby del gobierno para conseguir apoyos a sus proyectos de ley o de actos legislativos en el congreso.
Pero claro. Este escenario se complica y enrarece la estabilidad institucional, con el estilo de un gobierno como el del presidente Petro; confrontacional, arrogante y mesiánico; esquivo al diálogo que facilite consensos; creyendo así de manera equivocada que la división de poderes es un embeleco institucional que impide su inclinación a la autocracia.
Lo que esta ocurriendo en Colombia se parece mucho a como funciona una montaña rusa. El gobierno no gobierna si no que ideologiza la función pública. El congreso va y viene en apoyos y desencuentros. Los partidos y sus bancadas están desaparecidos. Los liderazgos políticos no existen. Los escándalos de corrupción se acumulan incluso con relación a la legitimidad del gobernante.
Los sucesos ocurren con inusitada velocidad y generan adrenalina y hasta vértigo como en una extensa y sinuosa montaña rusa del mejor parque de diversiones. El problema es que se trata de los valores, principios y convicciones de la institucionalidad nacional.
En esta dinámica política la incertidumbre es cada vez mayor, aunque es evidente que las orejas del lobo se ven cada vez con mayor nitidez. Así, las caperucitas rojas que somos la gran mayoría de colombianos, como víctimas potenciales, no tenemos al parecer quien nos defienda o nos proteja.
Lo que hoy es mañana no parece ser y en estas circunstancias es cada día más nítida la paradoja según la cual, la fuerte oposición democrática demostrada con las muy nutridas marchas ciudadanas del pasado domingo agudiza las respuestas autoritarias del presidente Petro.
Y existe otra evidencia de la que poco se habla. En el acelerado propósito de capturar la mayor cantidad posible de recursos públicos para financiar los subsidios, el gobierno practica la doble moral, pues mientras condena la explotación de petróleo, ésta es la que está apalancando el despilfarro, dados los altos y sostenidos precios del recurso en el mercado internacional. Mientras tanto, la fuerza pública impotente ante la desbordada criminalidad y la ciudadanía atemorizada y extenuada con el boleteo y la extorsión.
Las causas de la adrenalina y el vértigo de esta montaña rusa montada desde el gobierno serán objeto de la próxima columna.
Le puede interesar: Las lluvias, un alivio