El tema de la castración de los animales de compañía o de afecto, las mal llamadas mascotas, resulta fundamental a la hora de entender la realidad social y familiar del mundo actual. Se trata del control ético de la población de perros y gatos, como único recurso para ello junto a la educación y la comunicación masiva al respecto.
En el mundo hay mayor número de animales de compañía, liderados por el perro, que los que el ser humano es capaz de atender económica y afectivamente.
Hay una tendencia muy marcada a desentenderse del concepto de que los seres humanos somos los tutores responsables de ellos y que lo que hagan nuestros animales de compañía pesará siempre sobre nuestras espaldas sin lugar a dudas.
Mucha gente no castra a sus animales, aduciendo argumentos como: “Pobrecitos, mejor que tenga una cría…”; o porque considera que hacerlo es mutilarlos o porque engordan después o tal vez porque dejan de ser.
A pesar de que todos y cada uno de esos argumentos son fácilmente refutables, la realidad es diferente y no se castra lo necesario. De esa manera se incrementa el triste espectáculo de la peor forma de maltrato: el abandono.
Los cachorros que llegan al mundo, no siendo deseados y pensados, completan el círculo vicioso de esa pretendida libertad que termina rozando el trato desconsiderado y les asegura casi siempre una vida infeliz.