Entre las fuerzas que nos dan cada día, esos momentos aciagos o sorprendentes de las relaciones humanas, vamos aprendiendo a comprender la dimensión de los seres confrontados con sus propias realidades en un deicidio al que nos enfrentamos todos los días, donde la locura y la razón se vanaglorian de las peroratas de la ignorancia y de los atrevimientos por ocupar el lugar de aquellos en el imperio de la voluntad o en el arrasamiento de cualquier condición social.
Pero vienen a mi memoria esas palabras que en algún escrito me refrescaba mi hermano mayor, cuando advertía: “En este momento estoy escuchando la Sinfonía # 1 de Brahms; si bien es cierto que es muy poco lo que entiendo de la música clásica, por carecer de las bases que nunca tuve en mi juventud y ser desconocida” me dejo llevar en esa sinfonía hasta volar mi imaginación en la conquista de los cielos perdidos de mi locura.
Y sigo en su texto: “Lo cierto es que si de poética se trata, la música clásica es como un Dios que llega a mi espíritu y revive con los sonidos un estado que de material solamente está relacionado con las vibraciones de los instrumentos en las modernas tecnologías del sonido en los dispositivos actuales”, pero, lo complemento, que nos transportan al imaginario espacio de una espiritualidad que nos confunde con el dolor y la miseria de muchas gentes que sufren y se atropellan con el otro, todos los días..
Viene luego un poco de calma, y nuestros “cuerpos materiales parecen acercarse a la inmortalidad en el momento que escuchamos los favoritos”, y flotamos en la nebulosa componiendo y entretejiendo toda clase de elucubraciones mentales y de tranquilidad que nos hacen sentir una paz y una espiritualidad por cada uno de nuestros poros, como cuando la música y la poesía y la vida se suman en un sueño que nos va permitiendo otro espacio, otro momento, lejos del dolor o de la angustia que nos acecha y sobre todo de “aquella que nos espera en el instante menos pensado, cuando ha de llegar…”
“La música está muy cerca de la creación poética. Si uno se pone a pensar, el sonido de los instrumentos es similar al sonido de la palabra escrita. Pero la palabra escrita está sujeta a la composición de los versos y éstos a la vez, al escrutinio de los demás, en tanto que la sinfonía de un clásico es aceptable en todo momento y si merece el rechazo, este parte de las bases incultas de la población”.
“Tanto en la poesía como en la música aparece, pienso yo, una relación de comunicabilidad entre el entendimiento y el texto hecho sonido. No de otra manera podría uno convencerse de que un poema o una composición musical llega en lo más profundo a una especie de pathos, y que tanto el lector como el sujeto que escucha, se emparenta no solamente con el mensaje, sino con los sonidos que evocan hechos, acciones y gestiones humanas”.
Así nos olvidamos la mayoría de las veces, de esa infinitud de sensaciones a los cuales ciertos ritmos, melodías y sinfonías nos van llevando, en una lucha interna entre la maldad y el egoísmo, entre la violencia y la libertad, entre la paz y la confraternidad que rehúye del abrazo, que busca la confrontación y que se sacia con el dolor del otro o con la maledicencia de sus dichos, todo lo cual, nos convoca a vivir espacios nuevos, a enfocarnos de nuevo en los sonidos del aire, del viento, de las tardes y sus ocasos, con los múltiples colores que se esparcen en el infinito y que nos invitan a volar, para alcanzar la divinidad en la que siempre hemos soñado.
“Ya ve usted, querido lector, escribir y soñar y vivir, también es un acto poético cuando se inserta dentro de la nostalgia un HABER VIVIDO”, es un renacer, un revivir, un deseo, una esperanza, porque en medio del dolor y las cadenas que nos atan al odio y los resentimientos, a ratos no nos dejan entender y comprender que los seres humanos somos libres y necesitamos volver a volar y volar, como las aves en el infinito vuelo que un día ha de llegar.
