Ernesto Cardoso Camacho
No es una frase de cajón. No es un simple rito fundado en la tradición cristiana. Es la celebración del acto más sublime de la fe que como dogma de la iglesia católica hemos heredado los creyentes. El nacimiento de Jesucristo, anunciado por los profetas y registrado en el Antiguo Testamento, constituye la máxima revelación que la Biblia nos presenta como abrebocas de lo que será la presencia viva y real del Mesías prometido por el creador del universo.
Luego de más de dos mil años de historia se renueva la fecha memorable de quien con su presencia, sus enseñanzas y su testimonio de vida nos dejara el gran legado que justifica la existencia del ser humano como dueño y administrador de la creación divina.
La triste realidad que hoy se percibe en la época más deslumbrante de la inteligencia humana, con el desarrollo técnico y científico jamás alcanzado, con la producción económica y social que permite lujos y comodidades a quienes acumulan y atesoran los bienes y servicios destinados para la satisfacción de las necesidades básicas de la humanidad; mientras que la gran mayoría padece severas limitaciones y carencias; constituye la dolorosa evidencia de que hemos perdido el rumbo privilegiando el crecimiento material en detrimento del valor esencial implícito en el alma humana.
Hemos venido alimentando con cierta avidez las pasiones más primarias donde la codicia, la mezquindad, el hedonismo y la soberbia; constituyen los objetivos prioritarios para alcanzar la felicidad; relegando y renunciando por completo a experimentar los más nobles sentimientos que subyacen en el fondo del corazón humano iluminado por la presencia de Dios como amo y señor del universo.
La oscuridad espiritual que hoy se percibe en forma tan intensa y apabullante en la gran mayoría de seres humanos, viene a ser nuevamente iluminada por la luz de Cristo en esta nochebuena; recordándonos nuestro origen divino, así como la hermosa misión de ser hermanos, de practicar el amor y no el odio, de administrar responsablemente las maravillas de la creación y de consolidar los valores y principios heredados de la civilización cristiana: la vida es sagrada; la familia; el respeto; la tolerancia; la solidaridad fraterna; el amor como máxima expresión del corazón humano.
Es esta entonces la ocasión propicia para que, en nuestro pesebre espiritual, recibamos la luz de Cristo que habrá de iluminar nuestro peregrinar en este mundo y para que la paz sea una realidad concreta que renazca en nuestros corazones.
Feliz Navidad apreciados lectores.
