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Realidad social y humana: odio y resentimiento

Sep 10, 2022

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Amadeo González Triviño

Lamentablemente los colombianos no hemos aprendido a entender al otro, los principios generadores de convivencia, han sido relegados por lemas absurdos que rayan hoy en lo más triste y desolador que nos pueda ocurrir, cuando tenemos que enfrentar bajo el argumento de un corazón grande una mano vengativa, un resentimiento y un odio hacia el otro o hacia los otros que no comparten nuestro criterio o que no están de acuerdo con nuestras ideas o nuestra visión del mundo.

Las masacres continúan y ahora sí exigimos resultados. La muerte de líderes sociales o de personas influyentes de la sociedad a manos de los violentos, de los enemigos de la paz, siguen siendo parte de una cuenta de cobro que no hemos saldado aún y que está latente en la forma de cobrar unos réditos por una sociedad donde la justicia, se encargó de ser la dinamizadora de los conflictos sociales y las instituciones de la república no quieren asumir un verdadero compromiso por la solución de los problemas arraigados dentro de nuestra estructura social, desvencijada y violentada y corroída por la ambición y la forma de poder que se centra en procesos políticos donde el resentimiento y las bajas pasiones, son las que alimentan votaciones o rechazo a ciertos candidatos.

Muchos dicen que ha llegado la hora del cambio. ¿De qué cambio podemos hablar? Será suficiente pregonar esa posibilidad de un cambio o de una forma de pensar diferente la que nos marque el camino hacia la reconstrucción humana, vital y fundamental de principios que fueron desarraigados del alma y que se han constituido en la forma de ser de los colombianos, a su vez, de imagen de nuestro ser ante el mundo entero.

Se escucha por doquier que estamos en presencia de formas de bloquear los procesos políticos que ahora se pregonan desde la presidencia de la república. El Congreso por su parte, sigue en su armazón de estructuras que permitan una funcionalidad del poder público pero se olvidan de que no pueden perpetuarse en el poder, que no pueden utilizar ese poder para su beneficio personal, que su compromiso es con las comunidades electoras, pero todo eso es parte de un discurso que a nadie le interesa. Por eso, el país no avizora cambios significativos.

Es hora de volver los ojos a nuestra propia interioridad, comprender que no podemos seguir en este proceso donde destruir o arrasar sean sinónimos de poder. Es hora de reconocer que somos efímeros, que la eternidad no es consustancial con nuestro cuerpo e incluso, ni con nuestras almas, y que todo pasa, que todo fenece, que todo empieza y todo acaba y si seguimos en esta afrenta, si continuamos generando esos oídos y esos procesos de rivalidad del uno y del otro, nunca encontraremos eco en aquel que pueda ser nuestro ángel, nuestro guardián o nuestro guía en el mañana.

La hora del afecto se ha roto. Todos somos responsables de nuestra propia desgracia o de nuestras grandes satisfacciones, pero con un solo ingrediente, que esos triunfos o esas derrotas, no sean parte de una forma de exterminar a nuestros oponentes o nuestros contradictores, sino que sean fruto de nuestro acercamiento y de nuestra reconciliación, sin sacar provecho económico o social, más allá del bienestar personal que ello pueda implicarnos en un instante, en un momento.

¿Y qué podemos hacer entonces para buscar un rumbo que nos acerque, qué podemos hacer entonces por redireccionar nuestro camino hacia la reconstrucción social que nos merecemos? Solo usted, lector y amigo, podrán dar ese primer paso, no olvidemos que los generadores de violencia son conocidos por todos, pero como cómplices silenciosos, nos quedamos callados y vienen los asesinatos, las muertes y los hechos que a diario lamentamos en este concilio siniestro en el que nos hemos convocado por los odios, por los resentimientos y por la ausencia de proyectos de vida. Soñamos con ese cambio, pero la muerte siempre es la que rompe con nuestros más sublimes deseos y esperanzas y por consiguiente con nuestros sueños.

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