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Todos los febreros se recuerda a los 7 Santos Fundadores de los Siervos de María

Feb 18, 2023

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El 15 de agosto de 1233 (fiesta de la Asunción de María) la Virgen se apareció a un grupo de siete jóvenes, casi todos de buena posición económica, dedicados al comercio. La Virgen María les pidió que renuncien al mundo y se entreguen exclusivamente a Dios y a los necesitados.

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Cada 17 de febrero la Iglesia celebra a los Santos Fundadores de la Orden de los Siervos de María, los “servitas”.

En el siglo XIII, un grupo de siete jóvenes -la mayoría de origen noble- originarios del reino de Florencia (hoy parte de Italia) decidieron abandonar sus riquezas para entregar sus vidas al servicio de Cristo y su Evangelio.

Para poder dar aquel gran paso, los siete se encomendaron fervientemente a la Madre de Dios. Con el tiempo, el grupo daría lugar a lo que se conoce como la Orden de los Siervos de María.

Los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de María: Bonfilio, Bartolomé, Juan, Benito, Gerardino, Ricovero y Alejo. Siendo mercaderes en Florencia, se retiraron de común acuerdo al monte Senario para servir a la Santísima Virgen María, fundando una Orden bajo la Regla de san Agustín. Son conmemorados en este día, en el que falleció, ya centenario, el último de ellos, Alejo († 1310).

Cuentan las escrituras que el 15 de agosto de 1233 (fiesta de la Asunción de María) la Virgen se apareció a un grupo de siete jóvenes, casi todos de buena posición económica, dedicados al comercio. La Virgen María les pidió que renuncien al mundo y se entreguen exclusivamente a Dios y a los necesitados.

En ese momento, los jóvenes ya eran parte de una cofradía llamada “los Laudenses», en la que vivían hermosamente la piedad filial a María, pero la solicitud directa de la Madre de Dios hizo que asumieran un llamado distinto. 

Los siete nacieron en Florencia; primero llevaron una vida eremítica en el monte Senario, dedicados en especial a la veneración de la Virgen María. Después predicaron por toda la región toscana y fundaron la Orden de los Siervos de Santa María Virgen, aprobada por la Santa Sede en 1304.

Los cuatro aspectos para considerar

En primer lugar, con respecto a la Iglesia. Algunos de ellos se habían comprometido a guardar virginidad o castidad perpetua, por lo que no se habían casado; otros estaban ya casados; otros habían enviudado.

En segundo lugar, con relación a la sociedad civil. Ellos comerciaban con las cosas de esta tierra, pero cuando descubrieron la piedra preciosa, es decir, nuestra Orden, no sólo distribuyeron entre los pobres todos sus bienes, sino que, con ánimo alegre, entregaron sus propias personas a Dios y a nuestra Señora, para servirlos con toda fidelidad.

El tercer aspecto que debemos tener en cuenta es su estado por lo que se refiere a su reverencia y honor para con nuestra Señora. En Florencia existía, ya desde muy antiguo, una sociedad en honor de la Virgen María, la cual, por su antigüedad y por la santidad y muchedumbre de hombres y mujeres que la formaban, había obtenido una cierta prioridad sobre las demás y, así, había llegado a llamarse “Sociedad mayor de nuestra Señora”.

Hijos de María, siervos de Dios

El Sumo Pontífice, tras haber tomado noticia del buen obrar de los jóvenes, los convocó y les solicitó que fueran ordenados sacerdotes. Todos, excepto San Alejo Falconieri, el menor de ellos, aceptaron el pedido. Alejo, por humildad, prefirió permanecer siempre en condición de “hermano”.

Para el año siguiente, 1240, los servitas ya se habían hecho conocidos en toda Florencia e iban extendiendo rápidamente su obra, llegando a fundar otros conventos e iglesias. 

La característica de esta Congregación es la devoción a la Santísima Virgen, la vida en soledad y el retiro. Los Siervos de María fueron reconocidos por la Santa Sede en el año 1304.

Y la memoria de sus Fundadores se conmemora el 17 de febrero, día en el que murió el último de ellos, San Alejo Falconieri, el año 1310.

Es éste el único caso que se da culto colectivo a varios santos confesores, y la misma liturgia, en el oficio divino y en la misa de este día, se ve forzada a modificar sus esquemas habituales para poder adaptarlos a una fiesta tan singular. Caso hermosísimo, que alienta a cuantos lo contemplamos a ir por el camino de la imitación.

Llegar a la santidad, es muy hermoso, pero todavía sería más hermoso aún que lográsemos esa santidad dentro de un grupo, ayudándonos unos a otros, estimulándonos con nuestro buen ejemplo, siguiendo las huellas de este hermoso caso de santidad colectiva.

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