DIARIO DEL HUILA, COMUNIDAD
Por: Hernán Galindo
Son pasadas las 9 de la mañana de un día entre semana en Neiva. En el parque biosaludable del barrio Obrero, detrás de la parroquia de San José, encontramos a un grupo de adultos mayores a quienes han traído por recreación, distracción, ejercicio o tomar el sol.
Unos pocos intentan, con gran esfuerzo, ejercitarse o hacer trabajar el achacado cuerpo en unos de los aparatos dispuestos. Luchan por estirar brazos, piernas, mover la cabeza, calentar los huesos y lo que queda de músculos.
Otros, en silla de ruedas, en situación de discapacidad, apenas miran, con resignación, el escenario. Y hay quienes no se mueven, permanecen sentados en las bancas del lugar, silenciosos, con la mirada perdida, imposibilitados de sumarse a la práctica mañanera. También están los atentos y ‘que se hablan’.
Cuidado y afecto
Junto a ellos, pendientes, atendiéndolos, vigilando que no tropiecen o tengan algún accidente, además de escuchar las cosas con sentido o sin sentido que les dicen o piden, hay tres mujeres, jóvenes, y un hombre, vestidos con uniforme azul.
Hacen parte de la Fundación Caya, que funciona en tres sedes en la ciudad, y tiene un contrato con la Alcaldía Municipal para atender a adultos mayores, abandonados, perdidos o que están en busca de su núcleo familiar.
El concepto de adulto mayor, que generalmente aplica a quienes cumplen más de 70 años, es relativamente reciente. Apareció como alternancia a los clásicos de ‘anciano’, persona de la tercera edad, ‘abuelo’ o hasta ‘viejo’.
Se denomina así a aquel individuo que está en la última etapa de la vida, que sigue a la adultez y antecede al fallecimiento. Periodo en la que el cuerpo y las facultades cognitivas se van deteriorando o acabando, aunque no en todos los casos es igual.
Rodrigo Peña tiene 90 años. Es el más conversador y animado. De piel blanca, un ojo inservible, figura delgada, de largos brazos y piernas, lucha en una de las máquinas, ejercitándose, a la vez que recibe el ánimo de sus cuidanderos que lo alientan a seguir y a los demás a continuar el ejemplo.
“De niño, me sacaron la leche de todas formas. Soy campesino, acostumbrado al trabajo pesado al sol y agua”, cuenta. Y recuerda que salió de su pueblo en Cundinamarca por la violencia. Cuando regresó, ya no encontró a nadie. “Se los tragó la selva de cemento de Bogotá”.
Diana Marcela Bustos Sogamoso, fisioterapista con experiencia en ejercicio del adulto mayor y personas en situación de discapacidad, destaca que Rodrigo fue traído de Vegalarga porque estaba en pobreza extrema. “Presentaba unas úlceras varicosas impresionantes, sin cuido ni medicina. Gracias a Dios ha mejorado, las tiene sanas, y en la alimentación”.
Y es que la pérdida de los valores tradicionales hace que cada vez más las personas mayores sean marginadas o incluso ignoradas, por una supuesta inutilidad o ineficiencia para una sociedad movida solamente por la prisa, el estrés y los intereses materiales.
Viviana Quiñones, sicóloga, manifiesta que hay profesionales en cuatro servicios: nutrición, sicología, fisioterapia y recreacionista o educadora física.
“La Fundación es un hogar geriátrico y tiene todo para la estancia de las personas. Cama, elementos personales, profesionales en salud, fisioterapia, sicólogos, enfermería, cuidadoras, todos pendientes de la salud y condición de vida de ellos”.
Dramas humanos
Ambas relatan, con notable consideración y sentimiento, que hay casos muy tristes y dolorosos que han conocido y debido atender.
“Adultos que pueden aportar experiencia, formación y cultura a los menores y jóvenes con alarmantes cuadros de desnutrición o en completo abandono. Tal vez no se hayan portado lo mejor, pero están arrepentidos y hoy demandan la atención y el amor de su círculo familiar”.
Uno de los ejemplos es Martín Vargas, que lleva casi 15 días en el hogar. Como tiene algún tipo de demencia, es poco lo que se ha podido conocer de su vida.
“Sabemos que vivía solo, en Campo Núñez. La Fundación lo halló afuera de una clínica, botado, sin atención alguna. Se arrastraba por el piso para moverse y hacía las necesidades en el lugar. Llegó mechudo, en total indigencia. Hoy va al baño, está mejor físicamente y se desplaza por él mismo, con esfuerzo”, cuenta Diana, con alegría y tristeza por lo vivido.
La mayoría de personas acogidas, de diferentes edades, no tenían identificación ni registro al sistema de seguridad social. Fueron casi que recogidos de la calle; no tenían ningún apoyo ni vínculo familiar.
Hoy, la vida les ha cambiado. Se les brinda atención en los aspectos de aseo personal, salud y alimentación. Se les atiende con desayuno, almuerzo y cena. Y dos meriendas diarias, aseguran las trabajadoras.
“El objetivo central es mejorarles la calidad de vida, que la funcionalidad no se deteriore, ejerciten o recuperen la memoria y activen la capacidad motora o motriz”.
El campoalegruno Rodrigo Amaya es médico general. Sin familiares, está limitado a una silla de ruedas luego de un accidente automovilístico cuando viajaba hacia Neiva. Una noche lluviosa tuvo un micro sueño y sufrió grave golpe en la cabeza que lo dejó sin habla, aunque está lúcido y se comunica por escrito.
Se nota. Presta atención a la entrevista y trata de opinar a través de sus cuidadoras que ya comprenden algo de sus señales.
“Dice que no puede hablar, por eso señala la garganta. Y mueve la mano en la pierna para supuestamente escribir. La mamá falleció y dos hermanas viven fuera del país. Rodrigo, mi señor lindo, también es una persona amable, cariñosa”.
Otros ‘viejitos’ también charlan. Uno dice que tiene título del Sena para sembrar cacao; otro, que “me dio una gripa y tengo cuatro chuzadas”. Y otro, que está esperando que la familia “me venga a ver o a recoger”.
Lección y reflexiones
Antes de despedirnos pedimos a Diana y a Viviana nos den una reflexión de su trabajo, de la vida y el amor.
“Debemos respetar y querer a los ‘abuelos’, a los mayores, con sus cualidades y defectos. Al fin y al cabo, todos vamos a llegar allá. Mucha paciencia y tolerancia con ellos”, responde la primera.
“Amor, dedicación, perdonar, fraternidad y comprender a unas personas que nos acompañaron y enseñaron. No olvidemos que el cariño y el respeto suele tener un efecto ‘boomerang’, es de ida y vuelta”, concluye la segunda.