ERNESTO CARDOSO CAMACHO
La democracia colombiana exige ahora grandeza de quienes tienen responsabilidades históricas. Empezando por el presidente Petro; los jefes y dirigentes de los partidos y movimientos políticos; los dueños y directores de los medios de comunicación; congresistas; gobernadores; alcaldes, cabezas institucionales de los organismos de control; jerarquía católica y de los grandes movimientos cristianos no católicos; pero desde luego de cada ciudadano independientemente de su filiación o militancia partidista.
Las profundas diferencias ideológicas promovidas desde el gobierno deben llegar a su fin. Basta ya de estimular la confrontación y la lucha de clases. El pueblo soberano ha pronunciado su veredicto en las calles. La polarización ha llegado a límites insoportables. Es la hora de los acuerdos y los consensos.
La gobernabilidad institucional que necesita la democracia es indispensable para sostener el Estado de Derecho, en donde la separación de poderes y su colaboración armónica para la realización de los fines esenciales del Estado, es una urgencia inaplazable.
Lo ocurrido hasta ahora ha generado cansancio y rechazo en la gran mayoría de la población. Las dificultades son tantas y tan apremiantes que no hay tiempo que perder.
Corresponde al presidente Petro asumir el liderazgo nacional con valentía y humildad. Ya se demostró que no es posible gobernar y generar confianza y credibilidad en la opinión pública, si se insiste en la confrontación, el desafío y la arrogancia como estilo de gobierno. Las mayorías del congreso han debilitado la gestión presidencial con relación a sus reformas, aunque al mismo tiempo hay ministros que ofician más como activistas políticos que como orientadores de la gestión pública en beneficio de la Nación.
El esquema de gobierno-oposición no es factible en estas circunstancias de crispación y enfrentamientos callejeros, mientras la delincuencia hace de las suyas en campos y ciudades, estimulada por la política de paz total que en forma apresurada e incoherente ha propuesto el presidente, al tiempo que se limita la capacidad de la fuerza pública para proteger la vida, honra y bienes de los ciudadanos.
Se imponen la sensatez, la cordura y el verdadero patriotismo, antes que los intereses particulares o los cálculos políticos.
Nadie puede hoy negar que son necesarias y urgentes ciertas reformas estructurales con las cuales deben solucionarse buena parte de los grandes problemas sociales que se han venido acrecentando desde hace varias décadas. La corrupción, la inseguridad, el narcotráfico, la violencia, la inequidad social y la exclusión, la falta de oportunidades para los jóvenes, el desempleo, la inflación, la infraestructura vial, la competitividad, la seguridad jurídica y alimentaria, el cambio climático, etc; son suficientes problemas que nos afligen y cuyas soluciones no dan más espera.
Las diferencias conceptuales, ideológicas o políticas de los diversos actores no justifican, de ninguna manera, que se sigan abordando tales problemas con mezquindades o personalismos. La actividad política y el liderazgo de quienes ostentan dignidades y responsabilidades en la conducción del Estado y de la sociedad, están hoy en la mira y el sentido crítico de las inmensas mayorías nacionales que no salen a marchar a las calles, pero que exige y reclama soluciones y no discursos populistas de la izquierda o de la derecha.
Ni golpe blando de los opositores ni populismo demagógico del gobierno. Reformas estructurales serias, realistas, eficaces, no más corrupción ni politiquería, ni mermelada. Acuerdos y consensos sin mezquindades y con grandeza.
Le llegó la hora presidente Petro para que demuestre, con humildad, la motivación fundamental de su persistente y tenaz búsqueda del poder que alcanzó en democracia y no por la vía de las armas. GOBIERNE PARA TODOS Y PARA LA HISTORIA. De lo contrario, será el principal responsable del desastre nacional.
