Diario del Huila

La violencia en Colombia y las marchas

Abr 24, 2024

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ALFREDO VARGAS ORTIZ

Abogado Universidad Surcolombiana

Doctor en derecho Universidad Nacional de Colombia

Si me preguntaran, ¿cuál es el principal problema de Colombia?, les diría sin dudarlo que la violencia en todas sus posibles expresiones. Los colombianos, desde hace más de 200 años, nos hemos acostumbrado, por desgracia, a resolver nuestros conflictos eliminando al otro, y por ello, hemos normalizado la muerte, la masacre, la agresión física, verbal y psicológica como mecanismos para imponer hasta nuestra propia visión de la vida.

Durante 300 años, España impuso un régimen absolutista que, además de desangrar nuestros territorios, torturó, asesinó y diezmó a nuestros indígenas y afrodescendientes sin ningún respeto a sus derechos, y lo propio hicieron los criollos, quienes, apoyados por nuestros indígenas y afrodescendientes en la gesta libertadora, terminaron traicionándolos, viendo cercenadas sus posibilidades de libertad e igualdad hasta años muy posteriores a la independencia, incluso para algunos solo hasta 1991.

La gesta de independencia llevó a que muchos de los patriotas fueran fusilados por órdenes del General Pablo Morillo, sembrando el régimen del terror. La respuesta a esta violencia fue la derrota de los españoles y el fusilamiento en plaza pública, por órdenes del joven Vicepresidente Francisco de Paula Santander, de 37 oficiales españoles, dentro de los cuales se encontraba el general Barreiro. Los cronistas hablan de que su muerte fue en grupos de 4, y que como las balas eran imprecisas, fue necesario que los oficiales fueran rematados mediante las bayonetas de sus armas; todo esto en plena plaza pública.

El periodo de discusión entre federalistas y centralistas, liberales y conservadores, de mediados y finales del siglo XIX y principios del siglo XX, generó distintas guerras, una de las más crueles fue la guerra de los mil días, en la que se cuenta la muerte sangrienta de más de 100 mil jóvenes, muchos de ellos campesinos, no muy distintos a los soldados, policías, paramilitares y guerrilleros de ahora.

La masacre de las bananeras, el reinicio del periodo de la violencia con la muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, el periodo de violencia bipartidista que dejó un saldo de más de 300 mil muertos y el inicio de la actual confrontación armada entre los grupos guerrilleros, paramilitares, bandas criminales, narcotraficantes y las fuerzas del Estado, que cuenta con más de 450 mil muertos, son en definitiva, una muestra fehaciente de que en nuestro país, desde hace siglos, se sufre de una pandemia, que debe ser tratada como un verdadero problema de Estado y de salud pública.

Claro que la violencia tiene sus razones, y dentro de ellas se cuenta la apropiación y concentración de la riqueza, que se ha opuesto a cualquier posibilidad de realizar una reforma agraria en Colombia, tal como lo quiso Alfonso López Pumarejo en 1936 y que ahora, por mandato del acuerdo de paz y la elección del actual presidente Gustavo Petro, se quiere sacar adelante, pero que por obvias razones los concentradores y expropiadores de la tierra producto de la violencia no quieren ceder un solo centímetro. La corrupción, que ha llegado a sus máximas expresiones y que hoy tiene capturados a los entes territoriales y a todos los organismos de control y a la justicia. Igualmente, el narcotráfico, que tiene corrompidas a las instituciones que debieran servir a la sociedad y que hoy sirven a este mal mayor y sus fútiles intereses.

Todos estos intereses declarados y ocultos salen a relucir en las marchas que convocan los partidos de la oposición y los que se sienten identificados con un país excluyente y discriminatorio con los pobres, con los indígenas, con los afros, con los jóvenes, con los campesinos, con las mujeres cabeza de familia y con los que se han denominado los nadies. Por eso les duele y aterroriza que en Colombia por fin se hagan reformas sociales.

Es claro que los canales democráticos están capturados por un Congreso que está en su mayoría acuartelado para defender el statu quo, y por ello, acuden a todos los medios a su alcance para seguir manipulando al pueblo a partir de sus mentiras repetitivas y su extremo poder en los organismos de control. Debemos seguir insistiendo en el proyecto del cambio, entendiendo que este país lleva dos siglos de construcción a espaldas del pueblo, y por ello, el cambio no se hace en 4 años. Tenemos que perseverar en la educación de calidad para que esta se extienda hasta el último rincón del territorio, debemos hacer que el arte, la cultura y la pedagogía nos transformen en defensores de la vida y la tierra como bienes insustituibles de un país que merece no volver a vivir otros 100 años de soledad e indiferencia.

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