Diario del Huila

Las vías en Colombia 

Ene 14, 2023

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Amadeo González Triviño 

No se necesita ser ingeniero civil, ni experto conocedor sobre la forma de consolidación de las vías por parte de los contratistas colombianos, pero lo que si es un hecho cierto, es que en nuestro diario transitar por las tierras colombianas, los propios colombianos y los extranjeros que nos visitan, van descubriendo que de esos 210.000 kilómetros de vías que existen en el país, todas parecen trochas o vías terciarias, con muy pocas y contadas excepciones que no voy a enumerar, pero que han terminado costando más de un ojo de la cara según dicen los ancianos, al presupuesto nacional. 

Colombia en comparación con otros países del mundo, especialmente latinoamericanos, tiene una infraestructura vial terrestre en pésimas condiciones, esta quedada en un proceso de desarrollo que termina por ser uno de los grandes enemigos de las comunidades en general, está rezagada frente al panorama internacional y como dicen muchos amigos que han estado en otros países de nuestra región, es triste y desolador encontrar vías tan abandonadas, tan estrechas, sin señalización, con huecos, gran parte con rugosidades que parecen piel de cocodrilo, como lo llaman los mismos ingenieros a las vías que se deterioran por el mal mantenimiento o la ausencia de una construcción que se corresponda con las necesidades de la región. 

El elemento interesante y que todos pasamos por alto, es que el estado actual de las vías hace parte de una estrategia donde la corrupción y el bandidaje de los funcionarios públicos se replica a diario, de tal forma que no se respetan los contratos, no se respetan los términos para la construcción de las mismas y lo que es peor, se generan grandes tragedias viales por la inoperancia y la mala fe en la utilización de los elementos y materiales requeridos para ellas. 

Afortunadamente nuestros entes de control no hacen nada y no se sanciona ni se cuestionan dichos procedimientos o dichos contratos o dichas obras mal hechas, por una parte, por el desconocimiento total, de lo que es una vía pública y especialmente por la desidia a indagar, estudiar o reconocer la función pública que se debe evaluar en cada momento y sobre todo que hay quienes argumentan la teoría de que se supone que la obra al haber sido recibida por el administrador, debe estar conforme a los lineamientos técnicos requeridos para ello, y con eso recibe la bendición de todas las formas que lesionan la trasparencia económica y material de las mismas. No olvidemos que los entes de control hacen parte de elementos políticos que los llevan a sus cargos y que los contratos se gestionan precisamente por quienes fungen como líderes de la comunidad, es decir, por esos políticos, manzanillos o mejor, oficiantes del erario público encargados de esquilmarlo más allá de lo posible, quienes en últimas terminan pidiendo que se les ponga el nombre de ellos o de sus parientes a los puentes o vías públicas. 

Es común de los gobiernos en cada periodo anunciar grandes inversiones en vías, al igual que verlos en inauguración de muchas de ellas, que no son más que parte de una pantomima en la que pretenden legitimar esa burla que se le hace al país, porque en términos generales, las obras desarrolladas y que se vienen construyendo desde hace veinte años, y que han sido inauguradas cientos de veces, no son más que una forma de perpetuar ese hazmerreir de la vida política colombiana, con el cual nos acostumbramos a vivir, con el cual hemos aprendido a sobrellevar y elegir y reelegir, como si fuéramos hijos de nuestro propio dolor y artífices del mismo. 

Con ocasión de la ola invernal, al igual que con aquellas pequeñas obras que desgastan en una provincia, por más de un año a una comunidad en dos o tres cuadras, nos encontramos con la ausencia de vías de comunicación que en determinado momento, sirvan de enlace o medios alternativos para el desplazamiento por las regiones de la patria o de los poblados. Y es que estamos siendo manejados por intereses mezquinos que solo se corresponden con el paso de afán por una administración pública para mancillar el erario público y sacar provecho de su paso por dichas instituciones públicas. 

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