Diario del Huila, Crónica
Por: Hernán Guillermo Galindo
Como un verdadero cirujano, Diofante González interviene los diminutos mecanismos que le dan existencia a un reloj. Sin importar antigüedad, marca o tamaño logra que sigan contando el tiempo.
El tiempo pasa lento, sin prisa, haciendo tic-tac, por las manos de Diofante Rivas Devia, mientras trabaja sin afán y sí mucha concentración pues está convencido de que el pulso y la paciencia son las mejores características de un buen técnico en relojería, “oficio que es un arte”, comenta con orgullo
Y tiene razón pues como un verdadero cirujano interviene los diminutos mecanismos que le dan vida a un reloj, sin importar antigüedad, marca o tamaño. Con todos logra que vuelvan a contar el tiempo.
Entre joyas y relojes
Tiene 53 años. Solamente estudió bachillerato en el Inem y de inmediato incursionó en la actividad laboral en la Caja de Compensación Familiar, donde estuvo tres años por contrato. Después conoció a lo que se dedicaría en la vida, con amor, empeño y dedicación, hasta hoy, comienza a contar.
“Mi mamá, Ester Julia, servía a la familia dueña de la joyería Greco, que quedaba en la carrera quinta entre calles octava y novena. Le contó de mi desempleo a la señora Lilia Cardona quien me llamó para que trabajara de vendedor de mostrador”.
Recibió capacitación en ventas, en asesoría comercial y bancaria para los pagos que se hacían con tarjetas. Pero, siendo recursivo, se las ingenió para aprender y conocer el funcionamiento de los relojes.
“En el tiempo libre que me quedaba o en la casa miraba los catálogos y así fui conociendo y aprendiendo el oficio. Me fue gustando y gustando, más y más. Además, siempre me gustó el arte y lo artístico. Desde la infancia dibujo muy bien”.
Para mejor, junto a la joyería había otro negocio similar, aunque más pequeño. Allí laboraba el técnico Jorge Bermúdez, de más edad. Había aprendido el arte desde pequeño porque los hermanos tenían igual tarea.
“Me gané la buena voluntad de él porque le trasladaba todo lo referente a reparación que entraba a la joyería. Con el tiempo nos hicimos amigos y una vez me ofreció enseñarme todo lo que él sabía en relojería”.
Así inició la experiencia en la casa del hombre, todos los domingos. Le enseñó desde cómo sentarse en la silla, tomar las herramientas y proteger la cara y ojos. Y todavía continúa, dice Diofante, “porque la relojería es arte y tecnología, que cada día evoluciona más. Hay que estar actualizado”.
Hasta que llegó la época de los noventa cuando hubo una crisis económica y se quedó sin trabajo. Con tiempo, experiencia y conocimiento, se animó a buscar a clientes de la joyería y les ofreció sus servicios técnicos. Con un taller en la casa estuvo tres años. Luego arrendó un local en Los Comuneros, donde está actualmente.
“Llevo aquí 15 años. Gracias a Dios mucha gente me conoce y me busca”, dice, metido en un pequeño espacio en el primer piso del Centro Comercial, donde destacan dos grandes relojes campaneros; muchos de mano de diferentes marcas; y varios estuches azules con pulseras de cuero, en medio de limpieza y pulcritud.
En la mesa de trabajo hay todo tipo de piezas y herramientas: pinzas, lámparas, destornilladores de diferentes tamaños, pilas y lentes de aumento, para lograr precisión a la hora de las ‘operaciones’.
Comenta que “lo más importante para ser un buen técnico en relojería es querer el trabajo, apreciar lo que se hace, cualquiera sea la línea o profesión. Y en este caso hay que tener paciencia, ser recursivo, no quedarse ahí, sino avanzar, paso a paso, con metas precisas a corto plazo”.
Responde, convencido, que no es un trabajo camino a desaparecer, como suponen algunos, por la modernidad.
“Como siempre digo, desde que haya venta en cualquier línea o artículo siempre se necesitará la reparación. Otra cosa es que la juventud no quiere aprender este arte, formarse, entonces hay más espacio y oportunidades en el mercado para nosotros los mayores”, asegura, tras calcular que en Neiva hay otros seis técnicos en relojes.
Negocio propio
No es hombre de ambiciones excesivas. Su ilusión es hacerse propietario del local que ocupa y de otro que le sirve de taller, “bien organizado, muy estético, con buena mercancía, de joyería y relojería, no quedarme simplemente en la reparación y un poco de venta”.
Su negocio, claro, se llama Taller de joyería y relojería Diofante atendiendo que es un nombre pegajoso, diferente, nada común, comenta el hombre, separado y sin hijos,
“Todo lo debo a mi Dios, a mi madre, a mi profesor Bermúdez, a la señora Lilia y a sus hijos. Estoy muy agradecido con todos por su inmenso apoyo y confianza”, se despide Diofante, a quien pueden contactar en el 320 3735800 o en el local 1582 de la Plazoleta Las Iguanas, de Los Comuneros.