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“Triunfando desde una silla de ruedas”

Mar 12, 2021

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DIARIO DEL HUILA, CRÓNICA

Por: Hernán Galindo

Cerca al Pasaje Camacho los neivanos pueden encontrar a Javier Buitrago, un hombre de baja estatura, contextura gruesa, quien lleva 53 años ligado a una silla de ruedas. Casi toda su vida. Esa es la parte triste de la siguiente historia; la otra, la bonita, es que pese a su condición física ha sobresalido en el deporte y luchado por la inclusión laboral de las personas en similar situación de discapacidad.

“Al año de nacer me diagnostican parálisis infantil. Todo un drama para la familia”, recuerda. Y continúa: “Mi mamá era ama de casa y papá, un conductor de chiva, quienes una vez superaron el dolor de conocer lo grave de mi estado me llevaron al Instituto Franklin Delano Roosevelt, en Bogotá, en busca de tratamiento médico”.

Fueron once años de duras terapias y tratamientos, en extensas jornadas, en las que a veces se quebraba de angustia y rabia por lo que le pasaba, pero de a poco logró la movilidad de sus extremidades superiores. “Al principio sólo movía la cabeza. Hoy, me puedo valer por mí mismo”, dice, orgulloso y sonríe.

Con esfuerzo, se inclina para armar el que es su sitio de trabajo de lunes a viernes. Vende minutos a celular y lamina documentos. Sin ayuda de nadie, sigue con la organización del ‘despacho’ al aire libre. Abre un pesado parasol, desteñido por el agua y el sol, con varios remiendos, que se ha encargado de coser: “Lo que más me cuesta es pedir ayuda, pero la mayor parte de las veces no tengo que pedirla”.

Y agrega que fue muy duro entender y aceptar la situación en la que se encuentra, “pero, Dios y la alegría de compartir con mis hermanos fueron fundamentales en mi infancia y después en el transcurso del tiempo: “Me fui adaptando, aceptando lo que me pasó y logré estudiar hasta terminar bachillerato en el colegio Reynaldo Matiz, becado por ser un deportista destacado” recuerda Javier.

La madre, su gran amor y confidente, murió cuando tenía 17 años. Desde entonces se apegó más al círculo familiar para salir adelante. Y tuvieron un golpe de suerte. “Mi papá se ganó la Lotería del Chocó. Pasó de conducir mixtos a tener su propio vehículo. Fue una gran alegría para todos. Se independizó, entonces lo podía acompañar a viajes a Palermo, San Luis, Aipecito…Él también ya está en el cielo…”, cuenta sin ocultar la tristeza de la separación física.

Con sus hermanos sigue compartiendo momentos, que disfruta. José Elías trabaja en Emcosalud; Herney está en el campo; Juan tiene una pequeña tienda y Augusto es trabajador de Hierros del Huila. “Han sido no sólo mi familia, sino mi soporte, mi vida”, vuelve a repetir, con los ojos húmedos por la emoción.

Deportista y árbitro

La otra cara de la existencia de Javier es el deporte, a donde fue llevado por la señora Cecilia Serrato y Roberto Suaza, y recuerda que aprendió a nadar ‘charquero’, como todos los jóvenes de su época, en un río.

Y se destacó en el agua, lo que le valió ser tenido en cuenta para las competencias de natación para discapacitados, disciplina que combina con el atletismo paralímpico.

“Viajé a varios juegos nacionales, al Panamericano de Venezuela, Copa Libertadores de Fútbol Sala en Buenos Aires, a torneos en Bogotá, Pereira Medellín, Cali, fueron entre otras las ciudades que visitó durante más de 20 años como deportista. Fui 4 veces campeón nacional en natación”, celebra, alzando los brazos.

El deporte lo llevó al arbitraje, de la mano del ‘compañero’ Serrato, vigilante del colegio Matiz. Hizo el curso en Fusagasugá, “toda una sorpresa, un discapacitado en el arbitraje, hasta para el presidente de la Federación, el ‘pantalonudo’ Arroyabe”. Tuvo participación en varios campeonatos: “Aún sigo activo, no he colgado el pito, lo llevo en el corazón y espero seguir en la actividad hasta que Dios lo disponga”.

El trabajo dignifica

“Hay que ganarles a las barreras no permitir que ellas nos ganen”, sostiene este luchador de la vida, que se niega a ser mantenido o a vivir de la mendicidad. “Uno puede valerse por uno mismo. Desde pequeños comencé a trabajar cuidando motos, en la Clínica la Paz. Luego, con un compañero, que tenía una venta de productos ortopédicos, me ofrecí para ser su representante, pero me hizo a un lado”, relata, sin disimular pesar.

Una bonita experiencia la vivió con la empresa Aseo Total, que lo vinculó como radio operador. Sólo duró dos años pues cambió de operador en la ciudad y quedó vacante. La nueva empresa no tenía en sus políticas laborales la inclusión.

No se quedó cruzado de manos. Un día se fue para las oficinas de la Lotería del Huila a pedir una oportunidad de trabajo. “Así pasé a vender lotería y chance durante cerca de quince años. Sólo vendí dos sequitos, pero la gente es generosa…”, concluye mientras se pone a laminar y recuperar una vieja cédula que le pide un cliente.

 

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