DIARIO DEL HUILA, CRÓNICA
Por: Hernán Galindo
Todo empezó cuando Lina María Tovar Rodríguez tenía 11 años. Nació en la vereda El Triunfo, en una granja. Por necesidades económicas de la familia, humilde, campesina y trabajadora, se ocupó en la venta de pollos.
“Toda una vida vendiendo pollos”, dice, con alegría, sin asomo de rabia ni resentimiento, “primero procesando y ahora vendiendo”, comenta.
Hoy, tiene 39 años, sigue viviendo en el mismo centro poblado de Neiva, con sus tres hijos, de 18, 11 y 8 años. Los padres ya fallecieron.
La niñez
De la infancia lo que más recuerda es bañarse en el río Arenoso, jugar a las escondidas, correr y reír libre con las amigas.
“Yo creo que todos recordamos esa época con nostalgia. Porque, así como está de podrido el mundo…todos la extrañamos”.
En El Triunfo empezó a trabajar con una vecina que tenía venta de pollos en la antigua galería central y la invitó a ayudarla.
“Nosotras los pelábamos y ella los vendía. Y me ganaba una plática”, que repartía entre ayudar a la casa y “comprarme mis cositas, dulces, porque cuando uno es guipa le gustan mucho”, cuenta con picardía.
Luego, llegó a trabajar a Neiva con 18 años. Cuando abrieron empresas procesadoras de los animales. Dos años después se casó. Entonces pasó a Mercaneiva, donde la encontramos.
De piel trigueña y mediana estatura, Lina María está vestida de verde limón, guantes azules, gorra y tapabocas, que apenas dejan ver unos lindos ojos negros, en Alex Plaza, un local en la parte exterior de la central minorista, en la zona de cárnicos y granos.
Despacha con agilidad y muy comedida con una compañera y vecina, Tatiana Espinosa, que en realidad es su mejor amiga. Van y vienen de martes a domingo en una moto desde El Triunfo, por fortuna sin sufrir accidentes.
Asegura que le gusta el trabajo, que no le da pereza, pese a que se levanta a las 2 de la mañana, arreglar casa y preparar comida para ella y los niños. Una hora después está en la lucha.
Tiene manos ágiles para atender a los clientes
“No me parece nada difícil. Con tantos clientes y atendiendo, que es lo más bonito, me encanta, el tiempo pasa muy rápido. A la una de la tarde me voy para la casa, llegó y a dormir. Me levanto, juego con los niños, los atiendo, veo algo de televisión y a dormir…”.
Agrega que la gente es amable, hay personas que la buscan, les dan propina, les traen mecato y en fechas especiales, o no necesariamente, les dan regalos, “nos consienten”.
Gracias al Señor
Lina María está convencida de que sabe de pollos, de su oficio. Afirma que la clave de la faena diaria es “mover las manitos, ser muy ágil, estar atenta, concentrada y tener carisma para cumplir al cliente”.
Nunca ha sufrido un accidente, responde, justo cuando descarga con fuerza una pequeña hacha sobre una presa de pierna pernil, que se parte, sin protestar, en dos. Tal vez sea por la pericia que tiene o porque cree en Dios.
“Muchísimo, Él es todo en mi vida. Soy cristiana, todo lo pongo en sus manos y en su voluntad. Todo en la vida es gracias al Señor”.
No le pide dinero ni que la libre de enfermedades, sino que le de sabiduría y entendimiento. “El día y lo demás se lo entrego a Él”, señala. Y confiesa que le tiene miedo, “pánico”, a la naturaleza, a los truenos y a las avalanchas.
Si tuviera un negocio de pollos ya sabe, con claridad, que nombre le pondría: S-N-I. “Santiago, Natalia e Isabela, las letras iniciales de los nombres de mis amados hijos”
Lo que no sabe Lina María es responder dónde se ve en el futuro. Tal vez con un local, con la familia, “pero, eso sí, trabajando, que es mi pasión, con pollos, que es lo que sé hacer desde pequeñita”, afirma con firmeza, y enseguida posa con coquetería de mujer para las fotografías.
