DIARIO DEL HUILA, CRÓNICA
Por: Hernán Galindo
Wilfredo Bolívar madruga todos los días a cumplir con su deber como conductor de chiva, el más colombiano de los transportes. A sus 50 años se desplaza por la zona rural del Huila, Caquetá y el Tolima.
Lo encontramos en Surabastos, a las siete de la mañana, cargando víveres que transportaba en esta oportunidad a Praga, zona rural del municipio de Aipe, algo confundido porque no le llegó el ayudante.
Pero no le importa mucho porque es un hombre tranquilo, de 1.75 de estatura, contextura gruesa y voz pausada. “Comencé en el oficio hace 20 años y me amañé en este trabajo. Servirle a la gente del campo es muy gratificante”.
Bus escalera
Las chivas, también conocidas como bus escalera, son autobuses típicos del país adaptados en forma artesanal para el transporte público rural. Actualmente, hay ciudades que las utilizan en paseos turísticos, las ‘chivas rumberas’.
El vehículo de Wilfredo está vacío en su interior, a excepción de la bodega, pero más tarde el panorama cambiará. Están diseñados para cargar de todo. “He subido cerdos, bultos de café, cargas de panela, racimos de plátano y hasta vacas, sin contar neveras, estufas, armarios o camas”.
Pronto estará en la Plaza de San Pedro, microcentro de Neiva. “Viajamos por muchos municipios y centros poblados. A San Vicente, Planadas, Vegalarga, Palacio, El Mesón y otros destinos rurales. Lo malo es que hay muchas carreteras en mal estado, dañando el carro y lo cansa a uno”, comenta.
Inició de ayudante de “don Pedro, un señor bonachón que me dio la oportunidad”. Le enseñó a manejar, luego sacó la licencia y tomó el mando de la chiva. Recuerda, que, como los carros de su tipo, tenía gran colorido, predominando el amarillo, el azul y el rojo, los colores nacionales de Colombia. “Estaba bien ‘engalladita’, bonita”.
Con el tiempo, producto de trabajo y dedicación de años, llegó a ser propietario, “tuve una chivita, que me sirvió mucho”, pero el año pasado me salió un negocito y la vendí, con mucho pesar. Pero, como toca seguir en este trabajito, que además es bendito, pues no me quejo. Volví a ser conductor”.
Bolívar vive en el barrio Las Brisas, en una casa de su propiedad. “Gracias a Dios. Comparto con mi mamá, mi señora María y mis tres hijos. Ella se dedica al hogar y los muchachos estudian. Jonathan es estudiante de periodismo. “Los otros están en bachillerato. Ahí vamos, poco a poco, saliendo adelante con la familia”, manifiesta con satisfacción y hace sonar el pito para llamar la atención.
Un viaje, una aventura
Cuenta que cada viaje es una nueva aventura. En cualquier momento se puede ‘estrellar’ con derrumbes, vías en mal estado, angostas, empinadas, deslizamientos de tierra amenazantes, “por eso, hay que estar preparado para todo, con la carga al tope, repleto de costales, animales y pasajeros”.
En invierno, como ahora, el trabajo se pone duro, el camino es difícil y tortuoso, aunque la chiva es el medio de transporte apropiado para atravesar caminos de herradura y cordilleras.
“Es que, gracias a Dios, estos carritos son muy buenos para la trocha, están diseñados para aguantar de todo”. Hace una pausa y reflexiona: “Pensar que los han querido sacar del mercado del transporte, aunque son un patrimonio nacional y siguen dando gran servicio”.
Tiene muchas anécdotas. Cierto día, cubría la ruta entre San Vicente y Neiva y por poco le toca atender un parto en el vehículo.
“Con mucho afán y a las carreras, gracias a Dios, alcanzamos a llegar a un hospital de Neiva, en donde finalmente nació, muy bien, una bebita. Todos estábamos felices, fue una gran alegría. Si me hubiera tocado atenderlo, me le mido. Me creo preparado para eso y mucho más”, asegura y ríe, con ganas.
También le han tocado borracheras, peleas de amor y celo, duelos de honor entre campesinos, cortejos fúnebres y alegrías desbordadas por la llega de un ser querido.
Bolívar no sólo maneja, es además administrador. “En un mes puede dejar hasta 3 millones de pesos”. A él le pagan por viaje, dependiendo la distancia y cómo está el recorrido. La seguridad social la cancelan de a mitad con el patrón.
Se despide. Lo esperan carreteras enlodadas, empedradas, con espacio justo para que pasen dos carros bordeando precipicios, pero no se preocupa “me las arreglo para ir y venir por donde sea”.