Por: Nicolás Carvajal Beltrán
En la recomendación de lecturas para el verano del 2020, Bill Gates sugirió el libro Buena economía para tiempos difíciles, obra de Abhijit Banerjee y Esther Duflo, profesores del Massachusetts Institute of Technology (MIT), también autores del libro Repensar la pobreza (2012) y ganadores del Premio Sveriges Riksbank en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel. Aunque escrito antes de la pandemia, este texto presenta una propuesta para abordar desde la acción problemas políticos y sociales procurando reducir la que se considera es la barrera que más está cegando las sociedades en el mundo: la polarización ideológica.
Lo que acontece en Colombia no es ajeno a la realidad que se vive en otros muchos países: Hungría, India, Filipinas, Brasil, Italia e incluso Estados Unidos: recuérdese la acalorada campaña estadounidense Trump vs Biden y el reflejo de sondeos que han señalado que para el caso de este país el 81 por ciento de quienes se identifican con un partido tiene una opinión negativa del otro (https://www.people-press.org/2017/10/5/8-partisan-animosity-personal-politics-views-of-trump/), situación que ya nos plantea el gran reto a revisar.
Al respecto, señalan los autores: “el debate público entre la izquierda y la derecha se ha vuelto cada vez más un ruidoso intercambio de insultos, en el que las palabras estridentes, usadas de manera gratuita, dejan muy poco espacio a los cambios de opinión”. En este punto, y luego recorrer los nocivos efectos que esta situación genera al trivializar asuntos de relevancia pública, se plantea la importancia de que como conglomerado social logremos alcanzar un punto de partida para la democracia actual: “desacuerdos razonados”.
Está claro que no es posible que millones de personas piensen igual sobre un mismo tema. Tampoco es esta la pretensión. Discernir es válido y necesario en una democracia. No obstante, se proponen unos mínimos sobre los cuales construir el debate de lo público. Lo advertía hace más de treinta años Álvaro Gómez Hurtado: el acuerdo sobre lo fundamental. Hoy, sin embargo, ese acuerdo abarca más que la urgencia de diseñar y financiar adecuadamente unas políticas sociales eficaces y plantea también una convocatoria para que tanto los dirigentes como los líderes y actores de la ciudadanía participen sobre una base: el respeto.
Empero, hablar de respeto exige, en forma previa, hablar de comprensión. Comprensión en tres aspectos: el primero, en el reconocimiento de que la confianza de los ciudadanos hacia las instituciones y la propia sociedad para hacer frente a los problemas podría verse debilitada a un punto de no retorno, lo cual no conviene ni a gobernantes ni a gobernados. El segundo, en la procura de que la formulación de propuestas parta de la delimitación real de capacidades de manera tal que sea viable sincronizar las agendas en torno a los problemas que se buscan atender y los alcances de respuesta que en términos de capacidad existen para tales fines buscando su optimización. Y el tercero: en la necesidad de tomar lecciones aprendidas de las condiciones desmejoradas a las que se han conducido aquellos Estados que han transitado por la senda de la polarización sin ningún reparo.
Antes de buscar una experiencia de actualidad comparada, podemos tomar nuestra propia historia como un primer referente. En su libro Al pueblo nunca le toca Álvaro Salom Becerra recorre gran parte de nuestra historia patria en el siglo XX, épocas también de polarización en el que las disputas (en aquel tiempo partidistas) han atendido más a pasiones que a razones de Estado y en las que, inexorablemente, la gente de a pie ha sido la más perjudicada.
Lo destacable de lo que hoy pasa es notar que hay una mayor disposición de todo tipo de gentes para involucrarse en este debate y participar en la ejecución de acciones tendientes a lograr la transformación social. El acceso a la información es cada vez mayor, pero así mismo implica una mayor responsabilidad.
Para defender una idea, no es necesario atacar a la persona que la propone. Para discernir de una persona, no es necesario descalificarla por las ideas que acompaña. Popular adagio reza: lo cortés no quita lo valiente. Ante el reconocimiento de la imposibilidad de llegar a consensos, el camino que queda para evitar la descomposición del contrato social está propuesto en una premisa: desacuerdos razonados. No han sido tiempos fáciles, y los que siguen ya nos demandan un esfuerzo colectivo. Seguro nos puede ir mejor.
Nicolás Carvajal Beltrán