DIARIO DEL HUILA, CRÓNICA
Por: Hernán Galindo
No es fácil de creer. Un hombre de mediana estatura, menudo y con gorra, para protegerse del sol, pedaleando con entereza un triciclo lleno de cacharos sube con esfuerzo un tramo de la lomita de la calle octava de Neiva.
Un ejercicio que pocos practican por deporte u obligación en una bicicleta convencional, por la dificultad que conlleva, Lautaro Calquín Paredes lo hace todos los días, de domingo a domingo, llueva, truene o haya calor, para levantar el sostenimiento de su familia.
Herencia familiar
El hogar lo componen el papá y la mamá, ambos casi de 80 años, que ya no pueden trabajar. Viven en el barrio Jorge Eliécer Gaitán, junto al sitio donde funcionan los fines de semana el mercado campesino de Calixto Neiva.
“No tengo esposa ni hijos. Tengo a cargo a mis padres, son de la tercera edad”, cuenta, el hombre de 41 años, con humildad.
Con igual sencillez relata que es vendedor ambulante, oficio que ha desempeñado casi toda la vida, desde cuando tenía 15 años, de la mano del padre, que trabajaba en lo mismo y lo llevaba a ayudarle. Por eso, estudió solamente primaria.
De Clímaco no solamente heredó la labor, hace casi 20 años, sino también el triciclo que les regaló hace poco más de 40 años una hermana que vive en Bogotá, para que se defendieran de las necesidades económicas.
“Le aprendí a él y ahora me tocó el turno de trabajar por ellos. Vendo tasas plásticas, mecheros, limpiones, tiza china, coladores, rayadores, los elementos básicos para la cocina, principalmente”, manifiesta, para tomar un respiro del desplazamiento desde La Loma de La Cruz.
Y es que no hay sitio de la ciudad que no visite, por distante que sea, como Las Palmas, El Caguán, Galindo, Fortalecillas, siempre encaramado en su caballito de acero con carpa y tazón, que le sirve para trastear la mercancía.
“Después de ayudar a mis papás (no tienen pensión), salgo de 8 de la mañana hasta mediodía. Entonces regreso a la casa para seguir viendo de ellos, darles el almuerzo, la comida y estar en la casa”, responde, con tranquilidad, como lo más natural del mundo.
Confiesa que el trabajo es pesado y cansa, pero ya está enseñado. “Uno le coge la práctica y me gusta porque no hay nada más para hacer…”.
Lo que recibe por el esfuerzo y constancia es caprichoso, “a veces me vendo 20, 30, 50 o 10 mil pesos. Eso es variable, hay días en que hay más suerte y clientes que otros…pero, qué se puede hacer”.
La cacharrería andante, a la que la que no le tiene nombre, pero que en la charla se le ocurre le pondría El Éxito Ambulante, según dice riendo, la surte de envíos de Pereira.
Sueña con tener un local propio, establecido, “donde vender lo mismo que hago hoy de lado y lado, para allá y acá. Me iría bien porque ya conozco el negocio, luego de comer mucha calle”.
Ciclismo y Dios
A Lautaro, a quien los clientes identifican como el ‘señor de los cacharritos’, tiene en el ciclismo una de sus pocas aficiones y entretenciones. Admira a Nairo y a Egan, y no se pierde carrera por televisión.
“En la casa tengo guardadas dos viejas bicicletas. A veces las monto cuando voy al centro a alguna diligencia o salgo a hacer alguna vuelta rápida”.
Tiene igual pasión y amor por Dios, de quien es ferviente devoto. Lleva 20 años en el evangelio, asistiendo a la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia, que predica y practica el bautismo en el nombre de Jesús.
Lautaro es un convencido de que “la vida no es fácil, hay que lucharla, batallar para salir adelante nosotros. ‘Frentiar’, como se dice”.
Por eso, no está muy de acuerdo con las protestas recientes “porque ha habido mucha violencia, se ha hecho daños en las calles y gente que no tiene nada que ver ha sido perjudicada. Llevan del bulto. No está bien…”
Y es que Lautaro Calquín Paredes no se vara. En el triciclo tiene un pequeño radio de batería, que él mismo adecuó, al que le ajusta una memoria donde tiene grabada la propaganda o publicidad de lo que vende, que promociona con su propio perifoneo.
“Le instalé un parlante para que le gente oiga y sepa que ofrezco limpiones, tacitas, coladores, baldes, ganchos para colgar ropa, venenos, cepillos, cortinas…”, afirma, con una risa franca, mientras se sube a la cicla, se para en los pedales y empieza a empujar por su vida…