Diario del Huila, Crónica
Por: Hernán Guillermo Galindo
Janeth Roa salió del campo a la ciudad en busca de construir un futuro. Por las dificultades de la vida, la falta de oportunidades y la pandemia no ha sido posible. “Quizás pueda lograrlo después”, piensa.
A Janeth Roa Montealegre la encontramos en un consultorio odontológico de Neiva a donde llegó a acompañar a un hermano menor para atender una cita médica.
Es fácil semejarla a una más de tantas jóvenes que salen del campo a la ciudad con el propósito de alcanzar un sueño, de darle un futuro diferente y esperanzador a sus vidas.
Estudiar, realizarse profesionalmente, tener un buen empleo y – ¿por qué no? – una hermosa familia, con esposo e hijos. Pero la tarea ha resultado más tortuosa de lo pensado.
Mujer batalladora
Nació hace 32 años en Natagaima, Tolima. “Estudié primaria en la escuela de la vereda Montefrío, distante cuatro horas a caballo del casco urbano del municipio. Hoy, el recorrido es más corto, si el desplazamiento es en moto”, empieza a contar, con tranquilidad.
El haber vivido muchos años en la cordillera y después en Bogotá se refleja en su piel blanca y ojos claros. La cara está ‘chapeada’ por el sol. Parece más una rola que una mujer calentana, le decimos, y ella acepta.
Se crio con diez hermanos, en medio de dificultades, pero siempre con trabajo y amor. “Sí, mis padres, que llevan 33 años casados, fueron bien activos en eso de engendrar hijos, pero eran otros tiempos” dice y ríe de buena gana.
La secundaria la realizó en la Institución Francisco José de Caldas de la población tolimense a donde se trasladó con la meta de educarse, formarse y progresar.
“Son recuerdos muy bonitos de mi infancia y juventud. Tenía muchas expectativas y planes, y, sobre todo, muchos sueños que creía poder realizarlos pronto”, dice, mientras mira el horizonte con sus ojos verdes.
Terminado el bachillerato se llenó de confianza y entusiasmo y se marchó para Bogotá pensando en hacer realidad la ilusión de ser ingeniera ambiental o sicóloga.
“Pero el choque con la gran capital, el cambio cultural y la dura forma como me tocó iniciar me fueron dificultando el camino y lo trazado. Por ahora, están suspendidos esas metas”, manifiesta, con tristeza, aunque sabe que para recomponer el andar debe confiar en ella misma.
Explica que al principio tuvo que trabajar en casas de familia y solamente podía estudiar los domingos, que era su día libre, supuestamente, porque debía encargarse de sus cosas personales y tratar de descansar algo.
Aceptar que no todo en la vida sale bien a la primera y cambiar de empleo le permitió acomodarse y estudiar hasta en las horas de la madrugada. “Así logré sacar una tecnología en secretariado en el Sena. Ya era algo”, afirma.
Sin embargo, duró más de un año buscando trabajo en esa área y no fue posible. Entonces, le tocó trabajar en diferentes oficios.
“Volví a casas de familia, trabajé como operaria en una fábrica, estuve dos años en una lavandería, me empleé en un restaurante de comidas rápidas en donde me pagaban por el turno y así…siempre luchándola, afrontando las dificultades”, comenta.
Como vivía lejos de los lugares de trabajo y había que ahorrar dinero aprendió a transportarse en bicicleta, aunque se gastaba fácilmente más de una hora y media en el trayecto.
“Trabajábamos turnos de doce horas, quince días de día y quince de noche. Pero con el Covid y los encierros las oportunidades se redujeron y el salario pasó a ser poco menos de la mitad del básico”, expresa, triste, tras contar que, de repeso, la robaron tres veces en el camino.
La animaba pensar que cada vez estaba más cerca de alcanzar sus propósitos, porque es una mujer batalladora, que no ha contado con suerte.
No se da por vencida
Así vivió 11 años en Bogotá, con cuatro hermanas, antes de tener que regresar a la tierrita, al nido familiar. Estamos refugiados, dice, sonriendo, aunque a veces le dan ganas de volver a intentarlo:
“La verdad, estoy en ese propósito, de buscar trabajo de nuevo y retomar los estudios. Todavía contemplo ser ingeniera ambiental o sicóloga, es lo que siempre he querido, es mi gran objetivo, pero es difícil sin estabilidad laboral”.
Pese a todo lo soportado, Janeth se declara creyente en Dios, pese a que confiesa que “no soy muy rezandera. Soy católica, creo en Dios y respeto su voluntad”.
Sobre su vida sentimental es un poco parca. Solamente deja saber que tiene una pareja hace más de cinco años, un contador, pero como ve que no es muy amigo de formalizar una familia y organizarse considera que la relación está por terminar.
También cree en que, si no logras las metas ahora, quizás puedas lograrla después. De ahí que, con optimismo, se ve más adelante “como una profesional, con tener mi casa, ser independiente y poder ayudar a mis padres y hermanos”. Sería el sueño cumplido, pensamos.