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Agua de coco: salud para el cliente y sostén del vendedor

Nov 26, 2021

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Diario del Huila, Crónica

Por: Hernán Guillermo Galindo M

Álvaro Perdomo ofrece el producto, que trae de Teruel, en el centro de Neiva. La gente lo toma por cuidado y bienestar; con la venta mantiene a la familia.

La vida de Álvaro Perdomo no ha sido nada fácil. Fue abandonado por los papás siendo un niño; trabajó en oficios en el campo; se salvó de morir en un accidente vial; y hoy sobrevive vendiendo cocos en el microcentro de Neiva. La felicidad le llegó con una mujer y la familia.

El batallador hombre nació en Teruel, municipio del occidente del Huila, hace 56 años en medio de necesidades y pesares. Los abuelos fueron los encargados de criarlo después de que el pequeño fuera abandonado por los papás.

Cuenta que el papá dejó a la mamá tan pronto se enteró de que estaba embarazada, por eso nunca lo conoció ni supo más de él. A su madre, que también se marchó, la encontró años después. “La perdoné, pero cada quien siguió su camino por aparte”, comenta, con algo de tristeza.

Una vez se murieron los ‘viejos’, que eran campesinos como él, le tocó ponerse a jornalear en las fincas en cualquier oficio para conseguir la comida y sustento. Más o menos tenía 17 años.

Álvaro apenas estudió hasta cuarto de primaria como consecuencia de esos primeros años difíciles en medio de tristezas, ausencia de cariño, dificultades y apretones económicos.

Pero la vida le cambió, por fin le sonrió emocionalmente unos diez años después, cuando conoció a Lucero Arias, la mujer que le robó el corazón y el amor, y con quien lleva 28 años conviviendo.

Conocerla  y unirse le permitió tener una familia, saber de afectos y tener cuatro hijos que ya se independizaron, pero se mantienen cerca de la casa. De hecho, dos de ellos trabajan vendiendo cocos como el papá, para ganarse la vida.

Los cocos de Teruel

En principio, cuando pensó en trabajar independiente, vendía guayabas en la calle hasta que un día, por casualidad, encontró a un señor vendiendo cocos y agua de coco.

La labor le pareció interesante. Entonces se puso manos a la obra para aprender el oficio. Le gustó y se quedó en eso.

Día de por medio viaja en moto desde Teruel a Neiva para vender agua de coco o la fruta que compra a finqueros en su pueblo.

“Ellos me los venden con la condición de bajarlos. Me tocó aprender a subir a las palmeras para bajar los frutos. No he tenido percances, por fortuna”, señala.

La jornada de venta comienza a las seis de la mañana en Teruel, viaja a la capital y se instala, una hora después, en un puesto junto al Hotel Plaza, frente al Parque Santander.

“Son ocho o diez horas continuas de venta básicamente de agua de coco, aunque hay uno que otro cliente que pide que le pele la pepa”, comenta, detrás de un improvisado puesto de venta que consta de una especie de mesón, dos platones en donde exhibe los cocos, unos baldes y un costal en donde guarda los residuos.

En promedio, vende 40 o 50 cocos que le dejan algo de ganancia para su sustento y el de la mujer. Termina y de inmediato emprende viaje de regreso a la tierrita, a una casita que le dejó de herencia la abuela.

Con destreza, de un machetazo que vuela por el aire, le quita la que podríamos llamar la tapa del coco, introduce un pitillo y lo pasa a una  clienta que llega atraída por las bondades que cuentan del producto tropical.

“La gente tiene ciertas creencias sobre el consumo de agua de coco. Unos que alivian los riñones; otros, que para evitar enfermedades del tracto digestivo, que para fortalecer los pulmones, para subir defensas y hasta para la próstata, la consumen algunos señores”, comenta.

Destaca que aprendió a procesar el aceite de coco, que ofrece en presentación pequeña a $5 mil pesos o una más grande en $50 mil pesos: “Lo preparo hirviendo el coco en agua y dejó que se decante para luego envasar. Sirve para varios usos alimenticios o cosméticos”.

Los mejores días son los calurosos, por eso se concentró en vender en Neiva, que tiene altas temperaturas, pero en estos días de invierno el negocio se afecta y solamente deja unos 15 mil pesos para regresar al pueblo.

El coco vacío, ya sin jugo, los vota para aportar a las medidas de bioseguridad aumentadas por la pandemia. “Como vendedores debemos ser los primeros en acogernos y promover las medidas de higiene y limpieza”, explica.

Gracias a Dios

Con algo de melancolía, manifiesta que está agradecido con Dios pues tuvo una segunda oportunidad de vida después de salvarse en un aparatoso accidente de tránsito, hace unos ocho años, cuando viajaba en camioneta de Teruel a Neiva.

“El accidente fue en el sector de Chontaduro, en Palermo. Hubo dos muertos y yo quedé gravemente herido, me reconstruyeron parte del maxilar y la cara. Perdí la dentadura. Quedé desbaratado como un robocop o el hombre nuclear, dice, con algo de sonrisa, antes de retirarse a atender a una pareja adulta.

Sus clientes son señoras y señores preferiblemente adultos mayores.

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