DIARIO DE HUILA, CRÓNICA
Por Hernán Guillermo Galindo M
Con su voz potente e inconfundible, que le ha permitido trasegar por los mejores medios de comunicación del país como el Circuito Todelar del que fue su director, Caracol Radio, Radio Net y CMI en televisión como voz institucional, Fernando Calderón España, le contó a Diario del Huila de sus inicios y de su paso por el mundo de los medios a los que llegó, dice, por influencia de su papá que, siendo un zapatero en Garzón, era un hombre intelectual que lo indujo a la lectura.
Dialogar con Fernando Calderón España, un garzoneño de 65 años de edad, es entrar en el mundo de la radio, de los medios de comunicación y de los libros. En estos tiempos, ya un poco alejado, más no retirado de la radio, descubrió que todo ese conjunto de lo que lo motivó su padre era algo que tenía escondido y era su deseo de escribir.
Por eso se dio a la tarea de escribir una novela, que le había prometido a uno de sus mentores y a su padre. Aprovechó el encierro de la pandemia, la culminó y sin aspavientos ni promoción de su propio bolsillo, sacó a la luz pública su primera novela, “Tizones de viernes santo”, que para su sorpresa ha recibido toda clase de elogios de quienes saben de las letras.
Al calor de un café, Fernando nos recibe con esa calidez que le caracteriza, pero también con una fluidez de palabras que lanza con entusiasmo, pues está hablando de lo que le apasiona, de su vida, de lo andado y por andar.
Su vida ha sido un viaje permanente que comenzó en el municipio de Garzón. Motivado por su padre, que tuvo muchas iniciativas o lo que llaman ahora emprendimientos, que se fueron al olvido por su vida un poco bohemia, debió dedicarse a ser zapatero remendón, “eso sí con su gusto por la radio y por escribir”.
“Escuchábamos las radionovelas del momento, Kalimán y Arandú, que siendo del gusto de mi padre, me motivaron a mí para participar en talleres de teatro, que es donde encuentro mi primer padrino, que me metió a la radio”, comenta Fernando.
“Ya terminando bachillerato me vine para Neiva, en donde tuve la suerte de conocer a José Luis Matheus y a doña Eva, su esposa, que para mí se convirtieron en mi segunda familia. Al llegar, José Luis se da cuenta de que no tengo en dónde vivir, llama a su esposa y prácticamente me meten a la familia. José Luis es ese segundo padrino que me impulsó en la radio”, relata Fernando.
“Luego para un San Pedro, viene a Neiva Eucario Bermúdez, ya desaparecido y me propone irme para Bogotá, no lo dudé un instante y con la ropa en una caja de Maizena, me fui para la capital, entré a Todelar a donde llegué a ser director de Radio Continental que era la emisora matriz de la cadena. Eucario es otro de esos padrinos en mi vida.”, cuenta.
“Yamid Amat, director de Caracol, escucha mi voz leyendo noticias en Todelar, me hace llamar y me contrata con un sueldo diez veces del que me ganaba en Todelar al punto que me estrenaron la tarde que firmé contrato sin haber renunciado al Circuito de donde me fui, dejando la renuncia por debajo de la puerta”, relata con picardía el garzoneño.
Fernando Calderón, toca lo que otros llaman “la fama”, pero él no lo considera así, lo que sí se goza es saber todo lo que le ha permitido hacer en la vida, la comunicación de la que se hizo profesional, pero ante todo su voz y su creatividad. “Yo vivo creando cosas y proponiendo proyectos en los medios, de eso he vivido más que de la radio”, manifiesta.
La novela “Tizones de Viernes Santo”
Benhur Sánchez, escritor, es quien hace un elogio de la novela y de la manera de escribir de Calderón España.
“Su novela me trajo dos recuerdos de infancia y juventud. El primero tiene qué ver con una leyenda campesina que, si no estoy mal de la memoria, se denominaba “La Candileja”. Consistía en un fuego que aparecía los viernes santos en el horizonte, hacia las montañas, como una cruz de fuego que, a medida que avanzaba, desprendía sus brazos como llamaradas y al continuar su traslado volvía a unirlos de nuevo. Este unirse y separarse se repetía hasta el infinito. Se decía que era una mala madre, atormentada por ese cruel castigo, al que fuera condenada por abandonar a sus hijos por un hombre e irse a vivir con él, alejada de los preceptos y mandamientos de Dios”, dice el escritor.
“El abuelo Emigdio es quien reconstruye la historia. Para lograr su cometido, Fernando se apoya en el abuelo para desarrollar el drama de un hogar humilde formado por Pastor, el español, Lucía, la indígena, y Pastorcito, el mestizo, protagonistas muy bien caracterizados a lo largo del libro. Y la historia de un pueblo que crece y se desarrolla en medio de profundas contradicciones. Emigdio le cuenta la historia en principio a su familia, sus hijos, sus nietos, sus sobrinos, etc., pero dispuesto a contársela a quien quiera escucharlo”, refiere Benhur en uno de sus apartes.
“La novela es deliciosa de leer, no solo por el lenguaje, llano y sin pretensiones librescas ni intelectuales, sino porque la obra de Fernando recoge un pasado que es común a casi todos los colombianos, esos sucesos que nos formaron y esos paisajes que constituyeron la infancia en las que muchos se quedaron y en la que otros surgieron a la luz con sus ejecutorias”, comenta Sánchez.