Diario del Huila, Crónica
Por Hernán Guillermo Galindo
La vendedora de libros en una esquina del microcentro de Neiva ha tenido una existencia muy sufrida. Ajena a resentimientos, está agradecida con Dios y con lo poco que tiene, mientras sueña “con una casa bonita”.
La vida de Amelia Gómez ha sido, casi desde siempre, muy dura, por no decir que sufrida. Pero, curiosamente, lejos de protestar, quejarse o estar resentida con su existencia y lo que le ha tocado, está agradecida, especialmente con Dios.
Es una mujer de 60 años, viuda hace pocos años y con ocho hijos. Hoy, está dedicada a vender libros, revistas y cuentos usados, en buen estado, además de algunas chucherías, como venenos contra las hormigas, “pomadita de coca y marihuana y muchas cositas”.
Vendedora ambulante
Todo lo ofrece sobre un mesón junto a un puesto de metal que le entregó la anterior Alcaldía a su esposo, Julio César López, que ella heredó, tras fallecer, hace casi dos años. Está situado en la esquina de la peatonal de la carrera Quinta con calle Octava, a un costado de la Iglesia Colonial, en el microcentro de Neiva.
Dice, de manera humilde y cordial, estar contenta con el diminuto puesto, pese a ser evidente el cansancio en el rostro y dar muestras de dificultad en el desplazamiento, seguramente producto de la brega de tantos años de venta en la calle, época que le dejó malos recuerdos, que la llenan de dolor y tristeza.
“Con mi esposo éramos vendedores ambulantes. Eso fue hace varios años. Nos perseguían, nos maltrataban, no nos dejaban trabajar, nos quitaban los plantes, la mercancía. En una de esas andanzas cayó un hijo, John Jairo, de 16 años. La policía lo agredió, lo golpearon muy duro, le salió un hematoma que se volvió canceroso. Con el tiempo murió, tenía 22 años”.
Y continúa contando su drama. “En la actualidad, tengo un hijo, Cristian Andrés, desaparecido, igual. Era vendedor ambulante y por no dejarse quitar las cositas, en la Plaza Cívica, lo echaron en unos carros con otros y no volvió”.
Lo triste es que el dolor de Amelia es de atrás, de años. Cuenta que viene del campo. Vivía con la familia en San Agustín, de donde fueron desplazados por la violencia.
“Allá mataron a mi mamá, a un cuñado y a dos hermanos. Yo tuve que salir corriendo. Sí señor, ha habido mucho maltrato y sufrimiento en la vida”, dice, con cara llena de desconsuelo.
Ya en la ciudad se puso a vender con la pareja, aquí y allá, productos naturistas. En la venta de libros se involucró en un tiempo que hubo ‘fiebre’ por álbumes de láminas. Ahí se encontró con el negocio.
“Me gustó comerciar con libros, especialmente para los niños, para que lean, aprendan y salgan adelante”, señala, tras suspirar por no haber tenido oportunidad de estudiar “para aprender a leer, escribir y ver mucho mejor muchas cosas”.
Responde que el oficio es sencillo. El puesto lo nutre de textos que consigue o le ofrecen personas. Si están en buena condición y tiene la plata, los compra y de inmediato salen para exposición y venta en el tendido.
“A veces hay días buenos, otros no, como hoy, (martes 6 de la tarde) que no se ha vendido nada. Es la hora en que no ha entrado un peso, pero qué se puede hacer”, responde, con tranquilidad, sin amargura, pero preocupada de volver a casa sin un peso, después de una larga jornada.
Vive en Moscovia, zona popular, retirada del centro de la capital, vía a El Caguán. Va y viene caminando, es un trayecto de largo tiempo a pie. Si tiene suerte, alguien la trae en moto o en carro. Hasta hace poco repetía la faena todos los días de la semana, ahora, por su condición física, no trabaja el domingo.
“Salgo a veces a las 5 pasadas, 6 o 7 de la mañana, depende de lo que haya que hacer en el rancho. A lo que llego, extiendo la mercancía y me pongo a hacerle, casi a las 9 de la mañana hasta bien tarde”.
Con todo lo que le ha tocado y ha sufrido, pensando en eso a diario, dice que casi que se acostumbra, y enseguida da gracias a Dios “por haberme permitido vivir, estar parada y en pie, pero es duro. Ahora, para completar, sin esposo, sola, y aunque están mis hijos, no es lo mismo”.
Perdonar y vivir
Con todo y problemas, Amelia se alegra de tener en qué ocuparse, de ganar el sustento diario, tras aceptar que le tiene miedo a la vejez, a una enfermedad que le impida moverse o luchar para seguir adelante, más cuando es consciente de que tiene una hija menor por quien ver.
“Me ilusiono con vivir en una casa bonita, estar con hijos y nietos, tranquila, sin sufrir. Con estar en el campo, como cuando me obligaron a salir, pero eso ya son sueños míos porque ya estoy vieja”, afirma, sin resentimientos con nadie.
“Dios, que todo lo puede, le enseña a uno a perdonar. Él nos enseñó a perdonar y a vivir con la gente”.