Diario del Huila

‘Don Manuel, viejo, mi querido viejo…’

Mar 9, 2021

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DIARIO DEL HUILA, CRÓNICA

Por: Hernán Galindo

“Es un buen tipo mi viejo. Que anda solo y esperando. Tiene la tristeza larga, de tanto venir andando”. La canción del argentino Piero pinta lo mejor posible a Manuel Murcia Ortega, quien, a los 85 años, con un caminar cansino, midiendo cada paso que da, apoyado en un bastón, sigue recorriendo las calles de Neiva en una lucha diaria por sobrevivir: “Vendo bolsas para la basura, velitas…”.

Recuerda sin problemas, porque tiene una memoria limpia, que a los 10 años debió salir obligado de su casa en Suaza, “donde se fabrican los sobreros más finos”, casi que huyendo. “Mi papá le daba muy mal trato a mi mamá, Dolores, que murió a los 110 años”, dice con una tristeza que se le ve en los ojos. Es fácil saber que siente dolor y amargura…

Toda la vida trabajando, rebuscando, luchando en lo que le toque, cuenta. “Aquí en Neiva, en Florencia, en Solano. Donde sea…como sea. Cargando canastos, voleando bultos, cuidando carros, vendiendo lo que haya…” ¿Y dónde vivía? “Donde me cogía la noche o me daban quedada”, responde.

Nunca tuvo oportunidad de laborar en una empresa, en un negocio organizado. La razón es sencilla, don Manuel no sabe leer, nunca aprendió, “pero me hubiera gustado mucho…mis papás eran muy pobres para mandarme a la escuela…y ya después…menos pude”. Se arregla el sombrero y afirma convencido y con orgullo: “Pero nunca le robé a nadie. A nadie le quité nada ni hice daños”.

El maltrato y el abuso pueden sucederle a cualquier persona, sin importar la edad, el sexo, la raza, la religión, o el origen étnico o cultural. Cada año en Colombia, cientos de miles de personas mayores de 60 años son maltratadas, abandonadas o económicamente explotadas. Tiene nombre propio: se llama maltrato o abuso de ancianos.

Vende bolsas para la basura, con eso se ayuda para la economía

Vende bolsas para la basura, con eso se ayuda para la economía

Historia de vida

“Él tiene los ojos buenos…y una figura pesada. La edad se le vino encima. Sin carnaval ni comparsa…”

Con una mínima pensión que recibe, debe pagar o ayudar a responder por servicios públicos de la casa que habita en el barrio Surorientales, donde vive con unos familiares, junto al mercado campesino de Calixto Leyva, donde lo encontramos en el rebusque. ¿Y le dan buena vida, lo consideran? “Pues, sí, mijito, como se puede…a veces. Friego también…”

Y es que como odia ser una carga, trabaja todos los días, de domingo al lunes, para cuidarse y ayudarse con algún ingreso. “No me amaño en la casa. Almuerzo donde me ayuden o pueda comprar”. En el rato que lo ‘espiamos’ nunca estiró la mano para mendigar.

Tal vez, agobiado de tanto batallar (“Yo tengo los años nuevos. Mi padre los años viejos. El dolor lo lleva dentro…Y tiene historia…”) parece deprimido, retraído, como aburrido de repetir su historia. “Qué me va a comprar, qué va a llevar”, nos pregunta de repente. “Ahora, ya terminamos. Necesito dos paquetes de bolsas de basura y unas velitas de olor”, le respondemos, mientras examino lo que carga en el brazo libre y en un morral en la espalda.

Estuvo casado muchos años: “Sólo tuve una mujer, Clementina Alarcón. Ya murió, de azúcar, de diabetes. Para qué más estorbos”, asegura con malicia en sus ojos grises y marchitos. Aunque la extraña, acepta que “fui muy rebelde con ella, me porté a veces mal. Pero nunca le escuché una mala palabra conmigo”.  Y tuvo varios hijos, que, para rematar, están sin qué hacer.

Don Manuel, operado de una hernia que le dejó la época de cargas bultos en la plaza, hoy, sufre de reumatismo, a veces le dan calambres en las piernas o la espalda. “De resto, vivo sabroso, la vista es la que me está fallando, “pero no sufro de la tal pandemia”, se apresura a decir. ¿Se pondrá la vacuna? “No, ya para mi vejez, para qué”, responde sin lugar a dudas.

La muerte

No le tiene miedo a la muerte, que parece estar rondado. “Nos puede visitar a cualquier momento. Uno no sabe…normal…”. Cree firmemente en Dios: “Él es el que me protege, me quiere, me ha ayudado con todo. También, la Virgen del Carmen…”

“Viejo, mi querido viejo. Ahora ya caminas lento…Como perdonando el viento”, pensamos en la tonada de Piero, mientras lo vemos partir lentamente.

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