Diario del Huila, Crónica
Hernán Guillermo Galindo
Pedro Montoya asegura que ser tendero no es un negocio por cárcel, si se atiende con amor y dedicación, como la bodega en Surabastos en la que labora de domingo a lunes con su esposa Judith.
Cuando era joven, Pedro Montoya Martínez trabajaba en lo que saliera, en lo que apareciera, eran muchas las necesidades familiares y personales que no daban plazo. No le resultó difícil cualquier oficio, siempre ha sido un hombre batallador, emprendedor, buen conversador, atento y amable, como si el destino lo tuviera matriculado a cumplir uno de los oficios más antiguos y amigables: tendero.
Y es que al comercio en graneros es a lo que se ha dedicado la mayor parte de sus bien vividos 65 años, junto a su esposa, Judith Silva, con un hogar de tres hijos: Carolina, Stefanía y Ronald.
“Me ocupaba en todo. A veces, ayudando a mi papá; otras, me empleaba donde hubiera qué hacer; también fui mensajero en Telecom, cuando existían los telegramas. Los entregábamos en bicicleta. Fui empleado de un negocio grande, como bodeguero. En fin, hice muchos oficios varios. Nunca tuve pereza a nada”, cuenta orgulloso.
La vena comercial la heredó de su padre, Roberto Arturo, quien siempre estuvo en esa clase de mercados.
A Pedro, que nació en Santander de Quilichao, Cauca, y luego con la familia pasó a Garzón hasta establecerse en Neiva, el futuro le llegó desde un comienzo.
El papá, que tenía un granero en la Galería Central, un día cualquiera le pidió se hiciera cargo del puesto porque ya se sentía cansado, eran muchos años de ardua labor pesada, y además confiaba en la responsabilidad del hijo.
“Entonces inventariamos la mercancía y me dio la oportunidad de pagarle como pudiera, con la única condición de nunca fallar el compromiso y deber de llevar a la casa el mercado de la familia. Éramos cinco hermanos más. Así fue que empecé a trabajar, muy juicioso, cumplidor con la tarea y el anhelo de crecer y salir adelante”, recuerda, con emoción.
El inventario costó en ese tiempo $166.000. Lo canceló en cómodas cuotas mensuales en un plazo de un año, mucho tiempo antes de lo supuesto en principio.
“Con el paso de los meses, andando bien el granero, lo dejé a un hermano, mientras que con un amigo nos animamos y montamos una sociedad, pero lastimosamente no funcionó. Así es la vida y los negocios”, señala, sin quejarse.
Con empeño se instaló en otro local similar dentro de la misma Galería. Ahí sí le fue muy bien y es cuando se presentó la oportunidad que desde tiempo atrás quería y buscaba: manejar una bodega por fuera de la plaza. Empezó de nuevo, trabaje y trabaje, de domingo a domingo, de mañana a tarde.
Finalizando los años noventa, la Galería fue demolida, allí se quedaron muchas experiencias, muchas horas de vida e ilusiones. Le tocó reubicarse en Surabastos, donde montó su actual bodega de abarrotes: Granero de Pedro, que ya cumplió 23 años de existencia.
“Nos ha ido muy bien, gracias a Dios, porque educamos a las hijas, libramos la bodega, aunque seguimos, con Judith, trabajando duro todos los días”.
Manifiesta, detrás de un escritorio y un computador -atrás quedaron las épocas de cuentas en cuaderno y a mano-, que no hay diferencia entre el negocio de antes y el actual, “tal vez lo único es que hemos tenido clientes nuevos, que se han sumado a los muchos que nos han seguido y siempre nos buscan”.
La jornada diaria es pesada, de todos los días la misma historia, permanente, que ha exigido sacrificio. Madrugan y llegan a las cinco y media de la mañana; regresan a casa a las cinco y media de la tarde.
Por eso, le expreso que “dicen que ser tendero es como tener un negocio por cárcel, qué opina”.
“No es cárcel porque lo que se hace y hacemos con amor, esmero y dedicación es una bendición de Dios, cosa que agradecemos. Además, afortunadamente tenemos trabajo constante, que nos satisface”, responde, convencido y de buen humor.
Siempre positivo
No protesta por la pandemia ni sabe de días buenos o malos, pues destaca que las ventas son relativas. “Lo mismo los días de mercado, pero, ahí vamos, nos sostenemos, hay que moler todos los días”, señala, mientras corre a atender una pareja que llega por una remesa para Algeciras.
No ha pensado en servicio a domicilios. La costumbre es con el cliente cara a cara, para una mejor atención, personalizada. “Hemos pensado que es mejor así, con lo que hemos trabajado. Esperemos a ver qué pasa más adelante, confiando en Dios”.
Y es que Pedro Montoya siente que de a poco va llegando la hora de un descanso justo, siempre estando agradecido del comercio, con Dios, con la familia, los clientes y proveedores, que lo han soportado y apoyado.
“Con el tiempo, no sé cuándo, estaré tranquilo, satisfecho con lo conseguido, con la vida, alejado de toda actividad y criando nietos que son mi nuevo amor (por ahora Juliana y Verónica) jajajaja”, expresa, riendo, mientras se despide, de buena gana, para seguir en la brega con la entrega de un nuevo pedido.