DIARIO DEL HUILA, CRÓNICA
Por: Hernán Galindo
La aparición de los objetos desechables, sumado a la modernidad, la tecnología, el agite de la vida diaria y la comodidad de las personas amenaza con desaparecer algunos oficios, como el de relojero, pues para muchos usuarios es más conveniente desechar el reloj antes que llevarlo a arreglar.
En Neiva, en el Centro Comercial Los Comuneros, encontramos a uno de ellos, Darío Fernando Suárez, quien aprendió de manera empírica el trabajo, pero luego se graduó en el Sena como técnico de relojes automáticos, en 1979, recuerda con orgullo. Debía aprender una ocupación que le permitiera mantenerse y vivir.
Nació en 1.955 en el barrio Altico. Estudió bachillerato en Bogotá, en el colegio Ricardo Borrero, a la vez que se ayudaba con los gastos y sustento con la relojería, arte que aprendió de su padre, Misael. La mamá, Helena Losada fue vendedora de libros en la Universidad Surcolombiana durante 34 años.
“Cuando muere mi papá, regreso a Neiva y me encargo de la relojería que tenía en la plaza de mercado. Mi madre mantenía el hogar con varios hermanos. A los 21 años me independizo y fundo mi primer hogar”, cuenta Darío, que hoy tiene siete hijos de tres mujeres.
“A la ultima la dejé porque era más brava que la mujer del torero”, afirma, y se ríe de buena gana de su ocurrencia.
La verdad es que a Darío no le gusta o no le parece que le digan o llamen relojero. “Relojero es el que fábrica relojes. Lo mío es reparar relojes, que requiere de paciencia, habilidad y precisión y concentración para manipular las pequeñas piezas”.
El lugar de trabajo es un pequeño local de dos por dos metros, cuya única decoración es un pendón en el que se ofrecen los servicios de reparación y venta de relojes, reparación de calculadoras y accesorios.
Para la reparación o arreglos, utiliza un mesón que sirve así mismo de exhibidor de relojes. De la parte alta pende una lámpara con la que ilumina la superficie de trabajo. En el fondo del local hay un estante en el que guarda repuestos.
Tampoco cree que los nuevos tiempos tengan en peligro el oficio. Asegura gozar de una buena clientela y ser capaz de arreglar cualquier reloj, pues la experiencia y conocimiento le permite reparar los diversos sistemas que cada aparato posee.
Pero confiesa que mira el futuro del oficio con mucha preocupación, debido a que no existen jóvenes que continúen o estén animado a seguir con la actividad.
El lado oscuro del tiempo
Agradable y conversador, de a poco se va soltando en la charla para contarnos el lado oscuro de su vida, el tiempo que vivió en la calle por cosas del destino, periodo del que asegura ya es cosa del pasado y el olvido.
“Fue por un accidente con unas personas que iban a lastimar a mi familia. Estuve 8 años en la calle, pero no me volví un malandro”, responde, en su reducido taller.
“El año pasado conocí el apocalipsis en el infierno de la droga. Siempre tenía ganas de salirme, pero no era capaz. Me enojé con Dios porque casi me matan en un cambuche cerca a la Hostería Matamundo. Con una piedra me golpean en la cabeza. Entonces fue cuando le grite a Dios y él me habló…”
“Me dijo que la misión mía, en adelante, era dar a conocer a la gente que estamos en los tiempos del apocalipsis, en los del fin del mundo. Ese día comencé a amar al prójimo, hasta a quienes quisieron borrarme del planeta, relata, con lágrimas en los ojos.
“Ahora estoy acá, soy católico, creo en Dios. Me sacó del infierno para que sirviera a los demás. Es lo que hago. Pensé en volver a la sociedad. Voy a a misa o a echarme la bendición”.
El trabajo es su vida y pasión, la misma que mantiene con precisión en su puesto de domingo a domingo. “Porque todavía están quienes vienen a dejar su reloj, que aprecian los aparatos durables y que confían en mí para arreglar sus adoradas posesiones”, enfatiza Darío Fernando.