DIARIO DEL HUILA, CRÓNICA
Por: Hernán Galindo
José María Suaza es un bogotano que está por cumplir 59 años y Una de las cosas más curiosas es que, como él mismo cuenta, el oficio de lustrar le llamó la atención gracias a su mujer, “antes era andariego, cazaba pájaros, pescaba o me rebuscaba algo para vender y ella me dio la idea y desde entonces estoy en este trabajo con el que saqué adelante cuatro hijos”, ellos son independientes, uno se dedica a este oficio, los otros al campo como recolectores de café o a jornalear, dice.
Son cerca de las nueve de la mañana y llega uno de sus eventuales clientes, un trabajador de la alcaldía, se saludan, enseguida, don Jesús toma las medidas necesarias para hacer su mejor trabajo. Dobla la bota del pantalón de su cliente, retira los cordones de sus zapatos y acomoda bajo la lengüeta dos protectores, hechos con pasta, para evitar que las medias se ensucien de betún.
Enrolla en los dedos índice y medio de su mano derecha un pedazo de trapo con el que complementa la labor de la pasta lustradora y sus cepillos. La rapidez de sus movimientos evidencia el dominio del oficio y, después de seis minutos, los zapatos de su cliente lucen impecables, su cliente se siente satisfecho, paga con un billete de diez mil, recibe sus vueltos, da las gracias y se marcha a retornar al trabajo.
Con relación al precio de su trabajo, Jesús María indica que “una lustrada de blanco puede costar entre $5.000 y $6.000, mientras la de color está entre $3.000 y $4.000. A veces la gente no tiene esa plata y me pide que lo lustre por $2.000 o menos y no tengo problema en hacerlo. Pero hay otros que siempre quieren rebajarte el trabajo y en esos casos toca decirles que no se puede”.
De la misma manera, no duda en realizar una clasificación de sus jornadas. En un día promedio, puede ganar entre $20.000 y $25.000. Cuando la cantidad de clientes que llegan hasta su lugar de trabajo se incrementa, las ganancias pueden llegar a ser hasta de 40 mil pesos, claro que hay días que se va en blanco, por eso ahorra y compensa entre uno y otro.
Antes de radicarse en la capital huilense, intentó ejercer el mismo oficio en Florencia e Ibagué.
Nació en Bogotá, pero como su padre era oriundo del Huila se vino para Neiva se quedó, consiguió mujer, vive en la casa propiedad de ella en el barrio Santa Isabel en el sur de la ciudad, sostiene que su mejor época la ha vivido aquí.
Al preguntarle si se puede vivir de esto dice que aunque no es como antes con disciplina y dedicación se consigue lo de la comidita que comparte con su mujer al final de la jornada ya que sale bien temprano, eso sí después de consumir un “desayuno bien trancado” y regresa después de 8 o 9 horas de trabajo al caer la tarde, lleva lo del almuerzo que a la vez le sirve de cena y así culmina su jornada, “comparto con la mujer y puedo descansar”, dice.
Intentó trabajar en el parque Santander en donde le dio un lugar el alcalde, pero no se amañó, existen muchas envidias, en los inicios el mejor lugar era el terminal de transportes en la plaza de san pedro o en la antigua galería, había muchos cafés y los campesinos llegaban y se hacían lustrar, recuerda con nostalgia
Actualmente trabaja en la carrera 5 hasta que lo permita la administración y no nos muevan por considerarnos invasores del espacio público, comenta mientras se acomoda su sombrero de cuero que protege del sudor con una cachucha que usa debajo, a primera vista parece un charro mejicano.
Algo que no le puede faltar es su radio, para escuchar música y estar informado de las noticias a diario sostiene, mientras se acomoda el sombrero y se sienta para atender otro cliente que llega con prisa.
Se sienten satisfecho con el desempeño de su oficio. Dice, “Uno se adapta al trabajo, porque de eso vive”, yo soy un lustrabotas, dejo bien pulido el calzado, el embolador, le pasa el cepillo rapidito y a cobrar”, concluye.