Diario del Huila, Crónica
Por: Hernán Guillermo Galindo M
Aída Díaz Murcia es vocera de los vendedores informales de la ciudad, actividad a la que le ha dedicado gran parte de su vida desde que ayudaba a la mamá en la galería central.
La vida de Aída Díaz Murcia no ha sido nada fácil, pero le ha servido para forjar un carácter y voluntad férrea para encarar las adversidades y actuar en defensa de soluciones a los problemas de su comunidad, los vendedores informales.
Y es que desde que recuerda lo que ha sido su existencia siempre ha dependido de la venta callejera, como cuando ayudaba a su madre, Lucero, en la desaparecida plaza de mercado de Neiva. Luchaban por vivir de ofertar productos varios que les entregaban quienes tenían puestos fijos.
“Siendo niña me tocaba vender en platicos en los pasillos de la galería. Ofrecía plátanos, tomates, verduras”, dice, con algo de nostalgia. También hacía aseo en la zona de carnes “para llevar el ‘chimbito’ y comer algo en la casa”.
De su papá sólo sabe que se llama Luis Eduardo Díaz Tovar. Le dio el apellido y desapareció. En la casa nunca más volvieron a saber de él, cuenta, tranquila y sin amargura.
Lucero y la abuela, Bárbara Murcia, la ayudaron a salir adelante. “Mi mamá no tenía puesto fijo. Le trabajaba a un señor de nombre Clímaco, quien al ver lo guerrera que era la apoyaba. Una mujer excepcional”, destaca, orgullosa.
La abuela también era batalladora. Ayudaba trabajando en casas de familia. “Fue como una madre para nosotros, siempre estaba ahí para lo que la necesitáramos”, comenta con nostalgia, que se evidencia en el rostro.
Fueron tiempos duros, de desafíos diarios por el sustento y sobrevivir, eran errantes en la ciudad. Se debieron trasladar por diversos barrios: Alberto Galindo, Carbonell, Luis Ignacio Andrade, donde pagaban arriendo, con la ilusión de un día tener casa propia y un negocio particular. “Fue en Carbonell donde tuvimos algo de estabilidad con un lote que adquirió la abuelita”, señala.
Representante comunitaria
La demolición de la galería fue un duro golpe en los planes de trabajo y tener alguna tranquilidad económica. Se tuvieron que poner a vender en carretas. Desde entonces, esa labor callejera ha sido fuente de labor e ingresos en su condición de mujer cabeza de familia, con cuatro hijos y cinco nietos.
También se ha entregado a la defensa y ayuda de otras personas vulnerables, con ventas ambulantes. “Siempre me ha gustado liderar a la comunidad, colaborarles, sean vecinos o en los espacios públicos”, afirma.
Por eso, lleva varios años como presidenta de la Asociación de Vendedores en Carretas y es representante de la Feria Artesanal Navideña, que anualmente se realiza en la Plaza Cívica.
En esta época, condolida por quienes no tienen nada, les celebra una fiesta a los niños de los informales con el apoyo de personas a los que llama padrinos “que nos aportan ayudas y regalos para darles un momento de alegría e ilusión en la dura vida”.
Otro de los campos sociales en los que se mueve es el Consejo Comunitario de Mujeres, en el que lleva cuatro años, como representante de las vendedoras informales. Prestan atención prioritaria la los habitantes de la calle y a los niños.
“Como vendedores informales a veces nos va bien, aunque hay días malos, en los que nos vamos a casa sin ‘bajar bandera’, sin un peso para la comida familiar”, se lamenta.
Paradójicamente, esa angustia es el motor que la conmueve a liderar procesos para conseguir que las administraciones les brinden ayudas y mejores espacios. “Que nos reubiquen en un buen lugar o nos dejen trabajar en puntos estratégicos sin persecución es el principal reclamo”, enfatiza.
Por eso, con otros compañeros están participando en la construcción de una política pública para ellos, que está en marcha a través de un acuerdo municipal en construcción.
Y crece en otros aspectos. Ya adulta logró capacitarse y formarse. Terminó bachillerato, siendo mamá, en el nocturno de la institución Ricardo Borrero Álvarez. Y ha tomado cursos en el Sena relacionados con su actividad como líder de los vendedores informales. Aunque agradecida con lo logrado, responde que “me hubiera gustado hacerme profesional como trabajadora social”.
Aida también está reconocida porque vive contenta en casa propia, de un proceso municipal en el que salió favorecida, en Puertas del Sol, en la Comuna Nueve.
“Estoy bien con mis cuatro hijos y hace once años encontré un nuevo amor que me apoya y acompaña en días difíciles de salud. Lamentablemente, tengo obesidad mórbida, problemas de rodilla y cadera. Se llama Nelson Gabriel Chivana, vendedor informal. Es un ser maravilloso para mí, porque es gran soporte en mis crisis de salud, siempre está listo para respaldarme”, cuenta, con evidente alegría.
Como reflexión final piensa que el haber conocido de niña el desplome y consecuencias de la antigua galería le da razones para reclamar un verdadero centro comercial para los informales, “así su situación sería otra”, señala la mujer, creyente en Dios y comprometida en continuar su labor social sin importarle las limitaciones físicas y de salud que la asedian.